lunes, 2 de enero de 2017

Teatro: LA COCINA


Terminé mi actividad teatral del año en el Valle Inclán con la obra de Arnold Wesker La cocina. Arnold Wesker está considerado uno de los mejores dramaturgos del siglo XX. Nació en Londres en 1932 y falleció en el mes de abril de este año, 2016.  Es autor de 42 obras de teatro. También escribió ensayos, novelas, poesías y guiones para televisión. Fue director de escena de algunos de sus textos.
Perteneció al movimiento literario llamado Jóvenes airados (Angry Young Men) Este grupo de escritores y dramaturgos británicos desarrolló su actividad en los años 50 y manifestó su descontento social y su rechazo a la hipocresía de las clases medias y altas de su país. Tenían en común provenir de familias obreras de pocos recursos y, salvo alguna excepción, no llegaron a tener estudios universitarios. El nombre nació a partir de la obra Mirando hacia atrás con ira (1956) de John Osborne, de la que existe una versión cinematográfica de 1957, dirigida por Tony Richardson, con Richard Burton como protagonista. Otros miembros del grupo fueron John Wain, Kingsley Amis, Alan Sillitoe, Bill Hopkins y Harold Pinter. El grupo se disolvió en la década de los 60, aunque todos ellos siguieron escribiendo.

La cocina está inspirada en el tiempo que Arnold Wesker trabajó como cocinero en un hotel y se basó en sus experiencias personales. “El mundo pudo haber sido un escenario para Shakespeare; para mí es una cocina: donde los hombres van y vienen y no pueden quedarse el tiempo suficiente para comprenderse, y donde las amistades, amores y enemistades se olvidan tan pronto como se realizan.” (A. Wesker).




Londres en 1953, todavía en  posguerra, es el marco elegido por Wesker para crear una metáfora del mundo, mezclando nacionalidades, razas y culturas diversas, y obligándoles a colaborar y a convivir en torno a la cocina de un restaurante de 1 000 comensales diarios, donde trabajan y se deshumanizan día a día. Pero donde todavía se sienten el latido, los sueños y los anhelos que habitan en los personajes. 

La obra se desarrolla a lo largo de un día de trabajo, mientras el personal atiende los servicios de comida y cena. No hay una trama, no existe una historia que se desarrolle en el sentido convencional. A lo largo del día conocemos las vidas de los personajes. La plantilla del restaurante la componen trabajadores de distintos países:  un alemán, dos chipriotas, dos griegos, un italiano, tres franceses, un polaco y un irlandés, además de los ingleses.

No destacan personajes principales aunque se atiende un poco más a la relación
de Peter y Monique (Xabier Murua y Silvia Abascal). La obra, escrita en 1953, tiene cercano el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial y eso enturbia las relaciones entre algunos de los trabajadores. El autor pretende mostrar el mundo del trabajo alienante, el trabajo por dinero sin esperanza. El mundo del proletariado. Como él mismo afirmó, es una cocina, pero podría ser una fábrica o una oficina.

La primera parte se extiende desde que a las siete de la mañana los trabajadores van llegando a su puesto de trabajo hasta que los clientes empiezan a llegar y las comandas se agolpan en la cocina. Con un ritmo frenético que llega a hacerse incómodo al espectador, se alcanza el final de esa primera parte. 

La segunda parte se inicia cuando ha acabado el servicio de comidas y todos pueden relajarse.  Cuando comienza el turno de tarde, el ritmo vuelve a subir. Se repite la locura del servicio, las prisas, los nervios, las comandas, los ingredientes que faltan… hasta llegar al climax final.

Aunque la obra no me pareció especialmente interesante, la puesta en escena es espectacular. 26 actores que van y vienen de una manera casi coreografiada. Una maquinaria que llega a ser desbordante al final de la primera parte. Un esfuerzo de los actores, que en muchos casos adoptan acentos de otras nacionalidades y que muestran como están cocinando un menú concreto con sus recetas exactas pero sin comida. Están todos los cacharros y las cacerolas, pero no la comida. No vemos comida, pero si una gesticulación muy cuidada, de manera que casi se puede ver cómo limpian el pescado o cómo cortan la carne.


El responsable de la puesta en escena es Sergio Peris-Mencheta, al que hemos visto como actor en cine, televisión y teatro. Dirigió Un trozo invisible de este mundo con Juan Diego Botto, por la que fue nominado para los premios Max.
Parte muy importante es el trabajo del escenógrafo, Curt Allen Wilmer que ha creado un espacio escénico rodeado por el público, lleno de tubos y elementos culinarios. Muy importante también la iluminación de Valentín Álvarez.

Y entre los interpretes, en general muy adecuados y más que correctos, destacar a Xabier Murúa y Javivi Gil. Y la sorpresa de Ricardo Gómez al que conocía de Cuéntame y que ya me había gustado en Los últimos de Filipinas.  

Aunque la recomendación llega tarde, la obra estuvo en cartel hasta el 30 de diciembre, tengo que decir que es muy recomendable.
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