Estrenada en el Matadero a finales de 2016, esta obra fue finalista en los pasados premios Max como mejor producción privada. Su autor y responsable de la dirección es Pablo Messiez de quien vi, el año pasado, La piedra oscura y que se ha convertido en uno de los directores más estimados en la actualidad. La obra se ha repuesto en el Kamikaze Pavón.
Flores es el amable dueño de una zapatería de señoras. Al cerrar su negocio, recibe la visita de extrañas personas que le cuentan su futuro, le revelan detalles de su pasado y llegan, incluso, a desvelar sus historias presentes. Algo sucede cada noche con el tiempo, cuando no hay testigos, que hace que todas estas historias convivan a la vez, superponiendo pasados y futuros en un presente continuo en el que el señor Flores intenta comprender quién es.
“Si el pasado está hecho de relatos y el futuro está hecho de deseos, ¿en qué lugar entre las palabras y las cosas está nuestro presente?”, se pregunta el autor, que para esta pieza se ha inspirado libremente en la vida de su abuelo, un zapatero que hace las veces de confesor involuntario de las oníricas historias que le relatan sus clientes todas las noches al echar el cierre de su pequeña tienda.
Una obra onírica, de tintes autobiográficos, que nos habla de la memoria y los relatos. Pero la verdad es que a mí se me escapó este juego del tiempo, donde pasado, presente y futuro se confunden. Por el local van a apareciendo personajes de la vida del protagonista: su madre embarazada de él, su propia hija, una pareja de novios… ¿Todo ocurre en su mente, es un sueño? Y también, la dependienta de la zapatería, Nené, el personaje más atractivo de la obra y la clave para entender lo que ocurre, si es que se puede entender.
La obra genera una sensación de intriga, de querer saber lo que se nos está contando. Y a mi me pareció que quedaba todo demasiado confuso. Es cierto que se trata de una obra abierta, donde no cabe esperar explicaciones, pero la confusión no ayuda a mantener la atención. He leído que es una historia poética y onírica que es, sobre todo, un gran canto al amor, a la capacidad del amor para salvar los recuerdos y la necesidad de recordar a través de los nuestros; esos que en algún momento de nuestra vida nos han querido. Y es verdad que eso está ahí, pero no siempre se percibe.
Buena puesta en escena, con una escenografía (Elisa Sanz) que nos hace retroceder a esas antiguas zapaterías. Y un conjunto de intérpretes, desconocidos en su mayoría para mi. Destacar al protagonista, Iñigo Rodríguez-Claro y, sobre todo, a María Morales (Nené), a la que recuerdo esta misma temporada en Ensayo donde ya me llamó la atención. El resto, Carlota Gaviño, Rebeca Hernando, Óscar Velado, José Juan Rodríguez, y Mikele Urroz, adecuado, aunque tengo que decir que a Rebeca Hernando se me hizo difícil entenderla en algunos momentos. Culparía a mi oído sino fuera porque al resto les entendí perfectamente. Y otra cosa, que mala costumbre poner canciones en inglés cuya letra no se entiende y que, cabe suponer, están relacionadas con lo que vemos.
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