lunes, 22 de enero de 2018

Cine: 200 PULSACIONES POR MiNUTO



En los años 80, Robin Campillo era un veinteañero de origen marroquí que estudiaba cine en  París. Allí conoció a Laurent Cantet, con quien años después coescribió 'En la clase', ganadora en 2008 de la Palma de Oro en Cannes. En esa misma época Campillo conoció, en otro contexto muy diferente, a Philippe Mangeot, joven, activista y seropositivo, junto al que vivió el nacimiento de Act Up Paris, una asociación desde la cual pelearon para visibilizar los estragos del sida y concienciar al Estado y a la opinión pública de la necesidad de actuar contra la enfermedad. Los enemigos: el VIH y una opinión pública que miraba para otro lado. Al fin y al cabo el sida era una enfermedad de homosexuales, yonquis y gentes de mala vida.

 Y juntos han escrito el guion de '120 pulsaciones por minuto', la ganadora del Gran Premio del Jurado y del Fipresci en el pasado Festival de Cannes. 




Francia, principios de los años 90. Nace en París el Act Up, un grupo de activistas que dedica sus esfuerzos a luchar por dar visibilidad y lograr una mayor implicación del gobierno y de las farmacéuticas en la lucha contra el SIDA. Un nuevo miembro del grupo, Nathan, se quedará sorprendido ante la radicalidad y energía de Sean, que gasta su último aliento en la lucha.

La película nos muestra, por una parte, las acciones del movimiento, sus asambleas, sus discrepancias, su lucha reivindicativa y por otra las relaciones entre algunos de sus personajes, especialmente Nathan y Sean, una pareja homosexual, un seropositivo y un seronegativo, en la que se aprecia la urgencia y el idealismo de uno y la concienciación del recien llegado. 

Todo esto está contado con cierto ritmo y tratamiento, en muchas ocasiones, de documental. Pero la excesiva duración de la película, cerca de las dos horas y media, la lastran en su desarrollo. Demasiadas asambleas y discusiones que, si bien ponen de manifiesto tanto sus estrategias como su necesidad urgente de actuación, parecen perderse en informaciones innecesarias. 

Dice el director, “He querido hacer una película sobre el presente. No quería que el espectador saliera de la sala con la sensación de que ese era otro tiempo que ya hemos superado…”. Creo que, aunque aun falta mucho para conseguir la concienciación plena sobre el problema del sida, se ha reducido la estigmatización de los seropositivos y avanzado en la lucha. Por esta razón me pregunto si esta larga exposición sobre los orígenes de esa lucha, interesa realmente. A pesar de que la denuncia sobre las actitudes de los gobiernos, los laboratorios y de mucha gente pueda seguir siendo oportuna, lo cierto es que, al menos a mi, la película se me hizo larga y, si lo que pretende conseguir es que la gente no solo entienda el problema, sino que sea consciente de que sigue existiendo, dudo que lo consiga.

La pareja protagonista, el argentino Nahuel Pérez Biscayart, estrella pujante del cine galo, y el francés Arnaud Valois, a los que no conozco, se entregan eficazmente a sus personajes. Destaca también la presencia de Adèle Haenel, a la que recuerdo por Les combattants y La chica desconocida.


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