Brad tiene una vida cómoda en los suburbios de Sacramento, donde vive con su esposa, Melanie, y su hijo Troy, pero, cerca ya de los 50, no puede dejar de reprocharse a sí mismo el no haber conseguido el éxito. Cuando acompaña a su hijo a Boston, donde él estudió, para elegir universidad, se pregunta si, por comparación con sus antiguos compañeros de estudios, su acogedora vida doméstica de clase media es lo mejor a lo que puede aspirar.
El cine y la literatura se han acercado en numerosas ocasiones a las crisis de los cuarenta o de los cincuenta. Títulos tan destacados como American beauty (Sam Mendes, 1999) o la bastante reciente, Mientras seamos jóvenes, por citar tan solo un par de ellas. Y es precisamente el protagonista de esta última, Ben Stiller quien parece representar a ese personaje en este tipo de películas últimamente, con lo que, por cierto, me parece mucho más soportable que en algunas otras anteriores.
El Brad de la película se enfrenta a la frustración de su mediocridad comparada con el éxito que han alcanzado sus compañeros de estudios, un éxito que se nos aparece un tanto discutible. Y su reflexión se produce cuando acompaña a su hijo en su viaje para elegir universidad donde estudiar música. El contraste entre la actitud bastante patética, a veces ridícula, de fracaso y autocompasión del padre y la mente abierta de su hijo y otras dos jóvenes con las que comparten algunos momentos, a veces más sensatos y responsables que el adulto, da lugar a reflexiones, que no me parece que sean bien puestas en imágenes. Demasiado apoyada la narración en la voz en off, la película es mucho más interesante por lo que cuenta que por cómo lo cuenta.
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