El ángel exterminador es una película dirigida en 1962 por Luis Buñuel en México, que está considerada como una de las más interesantes del director aragonés y, probablemente, la que más estudios y comentarios ha generado. En 2016 se estrenó en Salzburgo una ópera inspirada en la película y ahora nos llega una versión teatral con texto adaptado por Fernando Sansegundo y dirigida por Blanca Portillo.
Después de una cena, los invitados descubren que, por razones inexplicables, se ven incapaces de abandonar la casa. No hay barreras físicas ni violencia. Cada vez que alguien trata de salir, algo se lo impide: un pensamiento, una indecisión, una fuerza en su interior… Al prolongarse la situación durante varios días, las convenciones sociales, los buenos modales, van desapareciendo a favor de los instintos más salvajes.
Dice Blanca Portillo, responsable de la puesta en escena, que pretender hacer de nuevo El ángel exterminador sería una tarea tan banal como imposible: "El ángel exterminador ya existe, está ahí como una de las más grandes películas de Buñuel, forma parte de la historia del Cine y del Arte en general. Las herramientas del Teatro nos permiten volver a mirarla con ojos nuevos, con los ojos de hoy, acercarnos a su misterio, al hechizo que produce esa imposibilidad de salir de un recinto que en todo momento permanece abierto". En mi opinión, ese puede ser el problema de la versión que se puede ver en el escenario del Español. Las herramientas del cine y del teatro son sustancialmente diferentes y, pese a que podría pensarse que El ángel exterminador por su planteamiento y desarrollo en, prácticamente, un solo espacio cerrado, favorece el paso de la pantalla al escenario, cuando ves las dos versiones te das cuenta de lo distintas que son esas herramientas, y que el genio de Buñuel reside en como utiliza las suyas para crear en tan solo 90 minutos una parábola inteligente acerca de la burguesía. Y he estado pensando en la razón por la que, pese a tratarse de un buen espectáculo, no me ha terminado de llegar y convencer.
El primer problema de esta versión es la distancia con el espectador. La mayor parte de la obra se desarrolla en una caja de cristal situada al fondo del escenario, en la que permanecen, constantemente, 14 actores. La distancia física es muy grande y eso crea una falta de comunicación con el espectador. Es un distanciamiento físico, no brechtiano. Un problema similar se podía haber encontrado en La cocina el año pasado, pero en esa ocasión un cambio de la distribución de la estructura del teatro, colocando la acción en el centro del patio de butacas y situando a los espectadores alrededor, supuso una buena solución.
El primer problema de esta versión es la distancia con el espectador. La mayor parte de la obra se desarrolla en una caja de cristal situada al fondo del escenario, en la que permanecen, constantemente, 14 actores. La distancia física es muy grande y eso crea una falta de comunicación con el espectador. Es un distanciamiento físico, no brechtiano. Un problema similar se podía haber encontrado en La cocina el año pasado, pero en esa ocasión un cambio de la distribución de la estructura del teatro, colocando la acción en el centro del patio de butacas y situando a los espectadores alrededor, supuso una buena solución.
La escenografía de Roger Orra es espectacular aunque creo que su grandilocuencia no sirve a la eficacia de la puesta en escena. Reproduce un gran salón, con una gran escalinata, decorado con el escaso gusto que se atribuye a sus propietarios. Pero la estructura de la obra hace que gran parte del escenario no se emplee durante la mayor parte de la acción que se reduce a la vitrina de cristal, con los efectos antes comentados. Además esa estructura de cristal da lugar a problemas de sonido no totalmente resueltos. Me pareció de dudosa eficacia situar toda la trama que ocurre fuera de la casa en el patio de butacas con dos personajes – la Tejedora y el Oficial- en dos butacas centrales de una fila a mitad del patio de butacas, obligando a levantarse a los espectadores cada vez que dejan o recuperan su posición algo que cansa incluso a los espectadores no implicados. Estos dos personajes, especialmente la primera, son novedades de esta versión y no me pareció que su aportación fuera muy eficaz, aunque precisamente es la actriz que interpreta a la tejedora una de las más destacadas, aparte de facilitar las transiciones temporales.
Eché de menos el juego surrealista y onírico de la película, aunque se respetan algunos de los elementos, como la repetición de momentos o situaciones.
Y en general me pareció excesiva la duración por encima de las dos horas. La película dura 90 minutos y, en mi opinión, esta media hora más aporta poco o nada.
Como se trata de una obra coral, es importante el ensamblaje de un elenco de un total de veinte actores. En general, correctos, aunque algunos demasiado gritones. Poco conocidos para mi. Me gustaron más los momentos de intimidad que los de exceso. Y, consecuentemente, me quedo con los personajes y actores más comedidos, Carlos, el doctor ( Alex O'Dogherty) y Julio (Victor Massan) y, en general, las actrices.
En cualquier caso se trata de un espectáculo interesante, un gran despliegue de medios, un montaje espectacular, que, en mi caso, no alcanza el objetivo esperado.
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