Sobre la personalidad de Paul Thomas Anderson ya hice un comentario a raiz del estreno de su anterior película, Puro vicio (2014). Ahora nos llega su última producción, El hilo invisible, que ha sido nominada a los Oscar como mejor película, director, actor, actriz secundaria, vestuario y banda sonora. Es la segunda vez que una película dirigida por él y él mismo como director aspiran al Oscar. La anterior fue Pozos de ambición (2007)
En el Londres de los años 50, el modisto Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) y su hermana Cyril (Lesley Manville) están a la cabeza de la moda británica, vistiendo a la realeza, a estrellas de cine y a toda mujer elegante de la época con un estilo inconfundible. Por la vida del diseñador desfilan todo tipo de mujeres, brindándole inspiración y compañía, hasta que se cruza en su camino una joven, Alma (Vicky Krieps), que pronto se convierte en su musa y amante. Su vida, hasta entonces cuidadosamente controlada y planificada, se ve alterada por esta relación.
El personaje central de la historia, el diseñador Reynolds Woocock es un artista que vive, inmerso en su arte, mimado pero también dominado por las mujeres de su vida a las que, por otra parte, ve como un elemento utilitario. Estuvo cautivado/dominado por su madre, a la que rememora con su vestido de novia en un momento de delirio, está controlado por su hermana, Cyril, un claro tributo a la Sra. Danvers, el ama de llaves de la Rebeca de Hitchcock y con la llegada de Alma asistimos a como ésta se va imponiendo a Cyril en el dominio de Reynolds, hasta llegar a sustituirla, dando lugar a una relación que podría definirse como perturbadoramente tóxica. La película nos muestra el cambio de actitud de Alma, una camarera subyugada por la personalidad de Reynolds, que buscará por todos los medios hacerse con un lugar propio en la vida del diseñador.
Paul Thomas Anderson nos cuenta este proceso de sustitución apoyado por una elegante y eficaz puesta en escena, que incluye un notable diseño de vestuario y una inspirada partitura de Jonny Greenwood. Y unas notables interpretaciones de los tres personajes principales. Se trata de la película más clásica formalmente de Anderson, bastante alejada de los excesos a que nos tiene acostumbrados. Por diferentes razones me recordó a Lady Macbeth (2017), La edad de la inocencia (Scorsese, 1993) y algunas películas de Joseph Losey.
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