Nunca me ha atraído el personaje de Tarzán, ni en cine ni en novela. Cuando era niño todavía podían verse las películas protagonizadas por Johnny Weissmüller pero lo cierto es que nunca me llevaron a verlas ni, creo, yo lo pedí. Tampoco me sentí interesado por las novelas de su creador, Edgar Rice Burroughs. Prefería a Salgari y Julio Verne. Muchos años después tuve ocasión de ver alguna en TV y lo cierto es que no tuve la sensación de haberme perdido nada.
En 1984 Hugh Hudson, que venia de dirigir Carros de fuego, estrenaba una nueva versión de la historia de Tarzán, Greystoke, que supuso el debut de Christopher Lambert, un actor bastante limitado que no obstante ha prolongado su carrera más allá de la serie Los inmortales. La película destacó sobre todo por la fotografía de John Alcott, colaborador de Stanley Kubrick desde 2001 y ganador del Oscar por Barry Lindon.
Esta nueva aproximación al personaje está dirigida por David Ayer, del que solo sé que ha dirigido varias entregas de Harry Potter.
La historia nos sitúa unos años después de que Tarzán abandonara la selva de África para convertirse en Lord Greystoke. Ahora disfruta de su aburguesada vida que comparte con su esposa Jane. Sin embargo, su tranquila y aristocrática rutina de hombre casado dará un giro inesperado cuando el Parlamento requiera sus servicios como emisario comercial, y sea invitado a que vuelva al Congo en el que una vez habitó. Lo que no sabe Lord Greystoke es que en realidad todo forma parte de un siniestro plan ideado por un capitán belga quien actúa movido por la avaricia y la venganza.
Hasta cuatro guionistas se han reunido para construir esta innecesaria revisión del personaje que no añade nada nuevo salvo el abuso de efectos digitales. Tarzán es tratado como si de un superhéroe se tratara, en una película de aventuras que nos trae el recuerdo por situaciones y pèrsonajes de otras muchas. El protagonista, Alexander Skarsgård, al que se ha podido ver en una serie de la HBO, Sangre fresca y que ha intervenido en varias películas, se muestra tan limitado como guapo. Le acompaña, como Jane, Margot Robbie, a la que vimos en El lobo de Wall Street y que se ha convertido en la actriz del momento. Habrá que esperar a verla en otras películas para juzgarla como actriz. Guapa si que lo es. Y también están Christoph Waltz, repitiendo una vez más el papel de cínico malvado que le endosó Tarantino y Samuel L. Jackson, otro actor tarantiniano, aquí como el compañero pusilánime de Tarzán. Pero el auténtico protagonismo está en los efectos digitales y su recreación de la fauna africana. Y una pelea entre Tarzán y un gorila que hace que echemos de menos El renacido.
A olvidar.
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