domingo, 15 de febrero de 2015

Cine:. TIMBUKTU


Confieso que no me atrae el cine exótico, entendiendo como tal el que se desarrolla en lugares y culturas alejadas de la forma de vida occidental.
No obstante, hace unos años, superé mis recelos y disfruté de la película iraní Nader y Simin, una separación, y he visto algunas otras como por ejemplo la turca Sueñs de invierno que comenté hace unos meses. 
Digo esto para tratar de justificar mi falta de entusiasmo ante Timbuktu, una buena película que ha obtenido muy buenas críticas y está nominada para el Oscar a la película en lengua no inglesa y numerosos Premios Cesar del cine francés y que, sin embargo, me dejó bastante frío.



La llegada de los islamistas radicales a la ciudad de Timbuctu (o Tombuctú) en Malí, supone la imposición a la población de una serie de prohibiciones y obligaciones absurdas como no poder fumar, cantar, escuchar musica o jugar al futbol y cualquier otra cosa en lugares públicos. Con sus armes automáticas y los tribunales se encargan de perseguir a los transgresores de las normas y aplicar castigos que nos remiten a las salvajadas de los nazis.
En ese entorno, la historia nos presenta algunos casos como el de Kidane, propietario de ocho vacas, que vive en una jaima en el desierto con su esposa, una hija y un chico que se ocupa del pastoreo con las vacas y que debe enfrentarse al castigo por la muerte, relativamente accidental, de un pescador, dos adúlteros castigados a una cruel muerte por lapidación o un grupo de jóvenes castigados a ser flagelados por reunirse en una casa a tocar música y cantar. Y también la rebeldía de la pescadera que se niega a usar guantes. 

En las situaciones que se nos plantean, apreciamos la crueldad y la sinrazón de los invasores y el ingenio para evitar infringir las leyes de algunos de los habitantes. Partidos de futbol sin balón, el baile sin música o el propio Kidane, que se aleja de la ciudad para poder hacer lo que en la ciudad no se le permite  son muestras de ese ingenio que permite sobrevivir en una situación insoportable, donde es imposible enfrentarse a quienes tienen el poder y lo sustentan con armas.

Lo malo es que es que lo que se nos cuenta me parece, en algunos momentos, confuso y se me plantean preguntas a las que no encuentro respuesta en la película. ¿Porqué los islamistas no actúan contra la mujer que se pasea por el pueblo cantando y con la cabeza descubierta?, ¿porqué Kidane no se defiende de la acusación? (en nuestra cultura, existen infinidad de atenuantes que podría esgrimir, se trata, como mucho de un homicidio imprudente). ¿Quien es el motorista que es perseguido al final? Y junto a estas algunas probablemente derivadas de la propia cultura del pueblo, como esa sensación de resignación que se aprecia en el pueblo, siempre entregado a la religión y a los designios de Alá o la postura de Kidane, que se queda en la Jaima, holgando, mientras el chico pastorea en una tarea que resulta claramente superior a sus posibilidades.

Con todo, hay que decir que la película actúa casi como un documental (de hecho, ese era el proyecto inicial) de denuncia de una situación insoportable tratada con una gran delicadeza y sensibilidad. Con una bella fotografía, una inteligente utilización de la música, el nombre de su director, Abderrahmane Sissako, es un nombre a retener.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario