En su último montaje como director del Centro Dramatico NAcional, función que ha venido ejerciendo desde 2012, Ernesto Caballero nos ofrece una versión de la obra de Bertolt Bretch, Madre Coraje y sus hijos. Bretch es un autor que para Caballero representa una cumbre como dramaturgo, como poeta y como hombre de la escena, hasta declarar que el teatro tal y como ahora lo concebimos no se entiende sin su aportación.
Brecht evolucionó buscando nuevas formas de expresión en las que el ambiente social fuera el condicionante de la acción y que le ayudara a criticar la moral burguesa; de esta manera junto con diferentes compositores y en especial Kurt Weill utilizó la música de manera no convencional: las agradables melodías de Weill y la letra durísima de Brecht tuvieron el objetivo de sorprender a la audiencia e incitarla a pensar. Todo esto llevó al autor al llamado teatro épico: se unen las historias populares con el planteamiento político. Se fusiona la dialéctica marxista con elementos estético-formales. El teatro épico, tal y como el dramaturgo alemán lo concibió, no tiene ninguna connotación de heroísmo o grandeza. Quería significar que el teatro no fuera excitante, con tensiones y conflictos. Prefería que fuese lento y reflexivo para dar lugar a la meditación. Del teatro épico son sus mejores obras, entre ellas Madre Coraje y sus hijos, ejemplo de este planteamiento. Fue escrita en 1939, en su exilio en Suecia y estrenada en Zurich en 1941. Brecht la revisó y dirigió en 1949, con música de Paul Dessau.
Bertolt Brecht escribió la obra en el exilio, siendo observador en la distancia de su país, Alemania, y del auge de Hitler. La obra pretendió ser un aviso a sus contemporáneos del peligro del nazismo y de la inminencia de una gran guerra. Es una obra contra el militarismo, pero sobre todo, contra el lucro de los poderosos en los enfrentamientos bélicos.
Brecht ambientó la trama de la obra en la Guerra de los Treinta Años, en el siglo XVII, cuyo paisaje fue el mismo en el que se desarrollaba, en el momento que se escribió la obra, la invasión de Polonia por el ejército alemán y el inicio de la Segunda Guerra Mundial, auténtico objetivo de sus críticas y denuncias.
La Guerra, que se inició como un conflicto entre protestantes y católicos, se prolongó hasta 1648 por los diferentes enfrentamientos político-económicos que tuvieron las potencias implicadas que aspiraban conseguir la hegemonía de Europa. Sumergió a casi toda Europa en años de hambrunas y epidemias; el ejército se formó en gran parte por mercenarios; la disciplina militar apenas existía y los sistemas de avituallamiento eran muy precarios; los soldados arrasaban los campos y las poblaciones y cometían todo tipo de excesos con los habitantes. Era, por tanto, el escenario idóneo para el propósito de su obra, denunciar los abusos de la guerra especialmente para los menos favorecidos y llamar la atención sobre la codicia del ser humano.
Ana Fierling, Madre Coraje, es la dueña de un carro de venta ambulante que sigue a las tropas consiguiendo así hacer negocio. Le ayudan sus tres hijos, Eilif, Caradequeso y Cattrin, que es muda. Ana no quiere que termine la guerra, pues de ella depende el sostenimiento de su pequeño comercio. Eilif y Caradequeso son reclutados y la mujer sigue su periplo con su hija. A medida que transcurren los años de contienda la situación se hace más difícil.
Las distintas versiones o montajes de esta obra acentúan o disminuyen algunas de las lecciones de Brecht: la Coraje es unas veces la hija del pueblo, víctima de la guerra, otras se exalta su condición de madre, algunas la figura equívoca de la especuladora. Esta versión transmite más la idea de una mujer con sentimientos, preocupada por su prole, con momentos de humanidad. Es una mujer dura, pero no codiciosa, una víctima mas de la guerra ante la que no tiene más remedio que resistir para sobrevivir. Contribuye a ello la interpretación de Blanca Portillo, que ve a su personaje como una "madre coraza", aunque por dentro hay emocionalidad y miedo. Una mujer llena de contradicciones y cinismo. Enseña a sus hijos que la vida es puro sufrimiento. Anna pierde a sus hijos en una guerra que le da de comer, no ha querido –ni podido– abandonar el negocio y paga las consecuencias. Sin embargo, el sistema le obliga a proseguir su actividad mercantil.
No sé si como consecuencia del respeto a los planteamientos brechtianos o por otras razones, lo que eché de menos en este montaje es emoción. Tan solo el momento de la inmolación de Cattrin me pareció conmovedor.
El espacio escenográfico diseñado por Paco Azorín me pareció sencillo pero eficaz. Paco Azorín es colaborador habitual de Ernesto Caballero. En esta ocasión, además, se hace cargo de la iluminación de la obra junto al propio director del montaje. Ha concebido un espacio presidido por el carro de la Coraje que ofrece numerosas posibilidades al ser un artefacto transformable. Ha partido del escenario vacío prolongandolo hacia la sala, con la única finalidad de estar más cerca del espectador. Y para sugerir la guerra han dispuesto sobre el suelo del escenario nueve zonas de rejilla metálica por las que pasa la luz, a modo de trincheras e incluso de tumbas, haciendo alusión a la desolación que deja la guerra tras su paso. Este elemento permite iluminar la escena, no desde los ángulos habituales, sino desde abajo, creando una luz de fuerte carácter expresionista. Lo que no me gustó es una gran pantalla de leds al fondo del escenario, por la que pasan las acotaciones que el propio Brecht indica en el texto a principio de cada escena. Con este recurso, pretenden crear ese distanciamiento o extrañamiento con el que el autor quiere dificultar la identificación del espectador con los personajes.
Tampoco el vestuario, de Gabriela Salaverri me convenció aunque va por los derroteros que ahora parecen de moda, una inspiración contemporánea sin remitir directamente a ninguna guerra en concreto, pero que recuerdan demasiado a ejércitos y vestimentas actuales. Cuestión de gustos, pero vería mejor a Anna con una vestimenta más tradicional y "femenina" y menos guerrillera.
Las canciones corresponden a la música compuesta por Paul Dessau para su estreno en el Berliner Ensemble en 1949. Luis Miguel Cobo, músico y compositor, habitual colaborador de Ernesto Caballero, ha trabajado en una actualización de la misma para el actual estreno basándose en las partituras originales. Brecht sostenía que no había obra teatral que no demandara música. La utilizó como otra forma de distanciamiento.
Comento, por último, la interpretación. Destaca sobre todo Blanca Portillo, tan brillante como suele ser habitual y que está muy bien acompañada. El conjunto es muy notable y, aunque no recojo aquí los nombres del resto de los once actores, si quiero señalar a Ángela Ibañez, actriz sorda de nacimiento que interpreta a la muda Cattrin. Y a Paula Iwasaki, que canta mejor que el resto, a la que ya destaqué en el montaje de La dama boba de Sanzol en la sala pequeña de la Comedia que vi este invierno.
Un montaje interesante y muy adecuado para acercarse al teatro de Bertolt Bretch.
No sé si como consecuencia del respeto a los planteamientos brechtianos o por otras razones, lo que eché de menos en este montaje es emoción. Tan solo el momento de la inmolación de Cattrin me pareció conmovedor.
El espacio escenográfico diseñado por Paco Azorín me pareció sencillo pero eficaz. Paco Azorín es colaborador habitual de Ernesto Caballero. En esta ocasión, además, se hace cargo de la iluminación de la obra junto al propio director del montaje. Ha concebido un espacio presidido por el carro de la Coraje que ofrece numerosas posibilidades al ser un artefacto transformable. Ha partido del escenario vacío prolongandolo hacia la sala, con la única finalidad de estar más cerca del espectador. Y para sugerir la guerra han dispuesto sobre el suelo del escenario nueve zonas de rejilla metálica por las que pasa la luz, a modo de trincheras e incluso de tumbas, haciendo alusión a la desolación que deja la guerra tras su paso. Este elemento permite iluminar la escena, no desde los ángulos habituales, sino desde abajo, creando una luz de fuerte carácter expresionista. Lo que no me gustó es una gran pantalla de leds al fondo del escenario, por la que pasan las acotaciones que el propio Brecht indica en el texto a principio de cada escena. Con este recurso, pretenden crear ese distanciamiento o extrañamiento con el que el autor quiere dificultar la identificación del espectador con los personajes.
Tampoco el vestuario, de Gabriela Salaverri me convenció aunque va por los derroteros que ahora parecen de moda, una inspiración contemporánea sin remitir directamente a ninguna guerra en concreto, pero que recuerdan demasiado a ejércitos y vestimentas actuales. Cuestión de gustos, pero vería mejor a Anna con una vestimenta más tradicional y "femenina" y menos guerrillera.
Las canciones corresponden a la música compuesta por Paul Dessau para su estreno en el Berliner Ensemble en 1949. Luis Miguel Cobo, músico y compositor, habitual colaborador de Ernesto Caballero, ha trabajado en una actualización de la misma para el actual estreno basándose en las partituras originales. Brecht sostenía que no había obra teatral que no demandara música. La utilizó como otra forma de distanciamiento.
Comento, por último, la interpretación. Destaca sobre todo Blanca Portillo, tan brillante como suele ser habitual y que está muy bien acompañada. El conjunto es muy notable y, aunque no recojo aquí los nombres del resto de los once actores, si quiero señalar a Ángela Ibañez, actriz sorda de nacimiento que interpreta a la muda Cattrin. Y a Paula Iwasaki, que canta mejor que el resto, a la que ya destaqué en el montaje de La dama boba de Sanzol en la sala pequeña de la Comedia que vi este invierno.
Un montaje interesante y muy adecuado para acercarse al teatro de Bertolt Bretch.
No hay comentarios:
Publicar un comentario