Cèline Sciamma, la directora de esta película, continúa al parecer la exploración de la sexualidad femenina que inició con su ópera prima, Water lillies (2007) y continuó con Tomboy (2011) y Girlhood (2014). Y digo al parecer, porque no he visto ninguna de estas tres películas anteriores aunque tuvieron críticas muy favorables. En las tres se acercaba al mundo de las adolescentes en el momento actual. Este Retrato, sin embargo, se situa en el siglo XVIII y trata de dos mujeres ya adultas. Hablando de esta película, Céline que se declara lesbiana, dice que su cine anterior hablaba de amores platónicos y deseos no materializados. En esta ocasión se trata de una atracción que crece y genera tensión sexual y da lugar a un amor que se vive plenamente. Y también que ha querido explorar los mecanismos de la mirada. Después de todo, dice, amar a otra persona es mirarla.
Dice también la directora que el papel de la mujer ha sido sistemáticamente excluido de la historia del arte. El final del XVIII fue una época extremadamente floreciente para las artistas femeninas, que sin embargo desaparecieron de la historia del arte. La película trata de restaurar su lugar en la historia. En este sentido hay que señalar la coincidencia con la exposición del Museo del Prado sobre Sofonisba y Lavinia: dos modelos de mujeres artistas, que se inaugura este martes.
Bretaña francesa, 1770. Marianne (Noémie Merlant) es una pintora contratada por una viuda para realizar el retrato matrimonial de su hija como regalo a su futuro prometido, que nunca la ha visto. Debe hacerse pasar por dama de compañía de la joven Héloïse (Adèle Haenel) y observar secretamente sus gestos, movimientos, ademanes e inflexiones para después trasladarlos, también en secreto, al cuadro ya que la joven se niega a posar para el. Su relación se vuelve más intensa a medida que comparten juntas los últimos momentos de libertad de Héloïse antes de su boda.
Se trata de una narración reposada, donde la directora se toma su tiempo para mostrar la relación entre sus dos personajes principales, el cambio que ambas experimentan, todo ello con una gran sensibilidad y emoción contenida, cargada de erotismo, pero sin caer nunca en el exhibicionismo. Los personajes, tanto las protagonistas como la criada y la viuda, están bien definidos. Una historia de amor que nos ofrece además una reflexión sobre la pintura y el arte, la relación entre artista y modelo y el significado del arte como interpretación de la realidad y del mito.
Y me parecen interesantes estas palabras de la directora: "Me pareció que el verdadero desafío se encontraba en el aspecto de la intimidad, la importancia del corazón. A pesar de que estas mujeres sabían que estaban condenadas a unas vidas dirigidas, atesoraban un gran mundo interior. Eran curiosas, inteligentes, querían amar. Puede que sus deseos chocaran con la sociedad en la que les tocó vivir, pero existían. Les hemos querido devolver su cuerpo, cuando se relajan, cuando afloja la vigilancia, cuando desaparece el protocolo, cuando están solas. Desarrollar sus amistades y dar voz a sus dudas, sus actitudes, su humor, su deseo de correr".
Feminista sin reivindicaciones me ha parecido una muy hermosa película llena de imágenes, miradas, sentimientos, sugerencias, todo ello narrado con una contención que contrasta con la pasión, por ejemplo, de La vida de Adele, una película con la que es inevitable establecer referencias. Como también se pueden establecer con Call me by your name, la pelicula de Luca Guadagnino que nos narraba también una historia de amor homosexual.
A destacar las interpretaciones de las casi desconocidas, al menos para mi, actrices principales. Recuerdo haber destacado a Adèle Haenel en mi comentario sobre 120 pulsaciones por minuto. A Noémie Merlant y Luàna Bajrami (Sophie, la criada) no recuerdo haberlas visto antes. Valeria Golino si es conocida, pero su presencia en la película es secundaria.
Me gustó mucho.
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