Àlex Rigola versiona libremente y dirige el clásico de Henrik Ibsen. Podría decirse que toma el texto de Ibsen como punto de partida para un debate sobre la democracia y el conflicto entre el individuo y la sociedad. Una obra que denuncia la corrupción del poder y la manipulación de los medios y la opinión pública, que gira en torno a la lucha del individuo contra la sociedad corrompida. Es una defensa de la libertad de expresión y la honestidad frente a los intereses económicos. Escrita a finales del siglo XIX, el tema sigue siendo de actualidad.
El doctor Stockmann descubre que las aguas del balneario, principal motor de la economía local, están infectadas y que es necesario cerrar y acometer obras por el peligro que suponen para la salud de la población. Pero eso conlleva unas consecuencias económicas que nadie está dispuesto a asumir y los poderes políticos y mediáticos, con el apoyo del pueblo, harán lo posible por censurar su discurso. ¿Es la opinión de la mayoría el enemigo más peligroso de la razón y de la libertad?
En su versión, un tanto libre, Rigola traslada este conflicto moral y de intereses a la realidad de un teatro subvencionado (no mucho, parece) como es el Kamikaze. La cuestión es si es legítimo y honesto que un teatro reciba subvenciones de un partido político que se encuentra en las antípodas de la ética y los valores que defienden sus artistas.¿Es aceptable callar para no perder las ayudas que dan viabilidad a un proyecto artístico y crítico con el poder?¿Puede eso significar que la compañía pierde la fuerza moral para denunciar la injusticia desde el escenario?
Un enemigo del pueblo (Ágora) pretende plantear la libertad real y de voto de los ciudadanos, al tiempo que una defensa de la libertad de expresión, la duda y el derecho a discrepar sobre lo aparentemente inamovible.
Estos son los objetivos de una función que se convierte, casi, en una asamblea donde el público interviene y opina sobre el discurso de uno de los actores, Israel Elejalde, el Dr. Stockmann de la obra. “El enemigo más peligroso de la razón y de la libertad de nuestra sociedad es el sufragio universal. (...) ¿Quiénes suponen la mayoría en el sufragio? ¿Los estúpidos o los inteligentes? Espero que ustedes me concederán que los estúpidos están en todas partes, formando una mayoría aplastante. Y creo que eso no es motivo suficiente para que manden los estúpidos sobre los demás".
Aunque este texto pertenece a la obra, no me parece que sea el fundamental. Sin embargo es sobre el que se facilita el debate tras una hora de exposición y narración de su contenido. En la función a la que yo asistí se pudieron oir diferentes opiniones, respuestas de los actores (¿o de los personajes?, no queda siempre claro), especialmente de Israel Elejalde. Pero ya desde el principio hemos asistido a una manipulación de los espectadores con tres preguntas que el público contesta mediante papeletas. SI o NO. Sin matices
A los espectadores se nos pide que contestemos a tres preguntas: ¿Creéis en la democracia?, ¿Debería El Pavón Teatro Kamikaze poder decir lo que piensa?, ¿Estáis dispuestos a terminar ahora mismo la función como acto reivindicativo por la libertad de expresión?. Unas preguntas que, el dia que yo asistí tuvieron un SI muy mayoritario para la primera y la segunda y un NO relativamente equilibrado para la tercera. ¿Cual es la trampa? En mi opinión, la segunda pregunta. ¿Deberían poder decir lo que piensan?, no es lo mismo que ¿Deberían decir lo que piensan? La primera es clara, la segunda es opinable. Por eso, la tercera, donde se pregunta sobre la suspensión de la función como acto reivindicativo, sin devolución del importe de la entrada, donde el NO se hace ver como una contradicción en los opinantes, está viciada.
Al margen de estas consideraciones, hay que decir que se trata de un experimento no del todo satisfactorio. Yo, cuando voy al teatro, espero ver una obra donde se exponen unas situaciones que, cabe esperar, hagan reflexionar sobre diferentes temas. No me gusta asistir a una narración de la historia por unos actores que cuentan la obra poniendo sobre la mesa los interrogantes que plantea, pero que no la representan, convirtiendo el patio de butacas en una asamblea en la que los actores exponen unos hechos y el público opina en una votación real. Es cierto que en este caso, iba avisado y no supone ninguna sorpresa, pero en cualquier caso no es lo que yo espero de una función teatral.
Israel Elejalde e Irene Escolar ponen su habitual buen hacer al servicio de la función bien acompañados por Nao Albet, Oscar de la Fuente y Francisco Reyes. La verdad es que tienen poco texto original y se centran más en los planteamientos del debate. Hay más debate que representación.
Se puede pensar que esta versión nace a partir de la dimisión de Alex Rigola al frente de los Teatros del Canal, en Madrid por considerar que no podía seguir ejerciendo un cargo para el que fue nombrado por un partido político con el cuya actuación no estaba de acuerdo. Quizá habría que contrastar esta muestra de coherencia con la desaparición del actor Guillermo Toledo del elenco de la función. Realismo puro
Siempre es interesante asistir a algo diferente, pero me interesó mucho más la obra cuando la vi, hace ya por lo menos 10 años, dirigida por Gerardo Vera en el Valle Inclán. En cualquier caso, no hay porque desdeñar el experimento, que fue muy aplaudido por el público.
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