Florian Zeller es un joven (38 años) autor francés, que junto a Yasmina Reza son los dramaturgos más representados fuera de su pais. Autor de más de una decena de obras de teatro y varias novelas, fue dado a conocer en España con el montaje de La verdad, que llevó a cabo José María Flotats en 2012. También conocemos El padre, que se representó el año pasado en el Bellas Artes con Hector Alterio.
De sus obras de Zeller se ha dicho que suelen tener un tono cómico que no renuncia a momentos más tensos que encuentran su distensión en un arranque de humor. Muchos de sus textos han sido calificados de "neovodeviles" que hablan fundamentalmente del juego amoroso, de la dificultad de relacionarse, tanto en pareja como con los amigos, de las múltiples caras de la soledad. Lo importante en sus obras no es la historia que se plantea inicialmente sino las consecuencias y cómo influyen en las relaciones humanas.
Alicia sorprende al marido de su mejor amiga con otra mujer. Esa misma noche van a cenar con la pareja. ¿Debe contarlo? Su propio marido insiste con vehemencia en que no lo haga. ¿Por qué? ¿Tiene él algo que ocultar?
En su obra La verdad a la que me he referido anteriormente, Zeller nos presentaba a un marido engañador y, a su vez engañado, en un juego sobre la verdad y la mentira en las relaciones de un hombre con su mujer y su amante. En La mentira vuelve sobre el tema tratando de darle un enfoque diferente pero que no deja de ser variaciones sobre un mismo tema. Una obra hábilmente construida, dirigida e interpretada pero que no pasa de ser una comedia de bulevar, de enredo, donde las relaciones entre los miembros de dos parejas se tuercen y retuercen de forma bastante previsible, con el añadido de un epílogo final, totalmente innecesario en mi opinión, que pone de manifiesto la trampa del planteamiento dramático, ya que de haberse desarrollado esa escena en su totalidad en el momento temporal que le corresponde, todo lo que hemos visto perdería razón de ser. Y el juego del vodevil, de seguir existiendo, sería otro.
Claudio Tolcachir le da a la puesta en escena un desarrollo muy ágil, con mucho ritmo, apoyada en una notable interpretación, en especial de la pareja Natalia Millán y Carlos Hipólito. Un pero, Hipólito se muestra en algunos momentos excesivamente amanerado. Es cierto que su personaje parece en muchos momentos un tanto pusilánime, dominado por la personalidad de su mujer, pero creo que se ha pasado un poco. Les acompañan con corrección Mapi Sagaseta y Armando del Rio en unos papeles sin mucho recorrido.
Una obra menor, agradable, que plantea una situación interesante aunque no muy original. Sigue sin convencerme este autor después de haber visto tres obras suyas.
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