Como he dicho esta mañana en clase, creo que sería interesante que publicáramos nuestros trabajos a través del Blog. Aquellos, pocos, que os habéis dado de alta como autores lo podéis hacer directamente creando una nueva entrada. Si todavía no lo habéis hecho, o no habéis sido invitados, podéis mandarme el trabajo por correo y yo lo publico, a la vez que os hago llegar la invitación.
Aquí os presento mi trabajo sobre Germano André Valente, administrador general de Santo Tomé.
Descansa en
paz, Sr. Gobernador, ahora que nos has dejado en paz a nosotros.
Lo cierto es que desde antes de tu llegada ya
presentía que tu presencia en Santo Tomé nos iba a complicar la existencia. Conocía
tus escritos acerca del trabajo de los negros en las haciendas. La verdad es
que resulta difícil de entender cómo te designaron para este puesto. Un joven
sin experiencia en la Administración y en las especiales circunstancias de las
colonias. ¡Qué fácil es hablar y escribir de las cosas cuando no se conocen los
auténticos problemas, cuando se está a miles de kilómetros de la realidad!
El caso es que aquí llegaste, lleno de
prepotencia. Mi bienvenida fue cuidadosamente meditada. Tú me miraste a los
ojos, yo no te devolví la mirada. No quería que advirtieras lo poco que me
complacía tu llegada. Traté de mantenerme al margen. Realmente, salvo en la cena que ofreciste a
los administradores, donde ya no tuve más remedio que forzarte a que empezaras
a definir con quien estabas, si con nosotros o con los negros (o los ingleses,
que en este caso era lo mismo), no nos encontramos hasta que, a petición del
Coronel Maltez, te recibí en su nombre en la hacienda de Rio do Ouro. Allí
quedó bien clara tu actitud hacia todos nosotros al despreciar la hospitalidad
que se te ofrecía y decidir volver a la ciudad.
Poco después
me citaste en tu despacho. Me humillaste al preguntarme a quien representaba,
si al Gobierno o al Coronel. Me atacabas directamente, y tuve que morderme los
labios para no darte la respuesta que merecías. Creo que ambos nos dimos cuenta
de nuestro mutuo odio. Pero supe mantener la calma y dejar claro que, ante quien
tenía que responder de mis actuaciones no eras tú, naturalmente, sino el
ministerio. Tú eras mi superior político, pero no administrativo. No tenías
ninguna jerarquía sobre mí y no tenía que facilitarte los documentos que me
pedías. ¡Cómo me gustaba provocarte! Cómo advertí que te molestaba que empezara
mis frases con ese “como sabe”, no perdía ocasión de hacerlo. Ante tus amenazas, mi despedida: Comunique a Lisboa lo que le
parezca, Sr. Gobernador.
Pero cuando llegó
el cónsul inglés todo fue a peor. Planteaste unas exigencias respecto a la
finalización y renovación de contratos totalmente irrealizables. No eras
consciente de que la repatriación de los trabajadores hubiera supuesto la ruina
de las haciendas. Ese dia en que me convocaste nuevamente a tu despacho, tuve
que decírtelo. Se veía claramente que tomabas partido por el inglés, el Sr.
Jameson, en contra de los intereses de nuestros hacendados. Te indignaste y me volviste
a amenazar. Pero ese solo era el principio del fin. A partir de ese momento,
tus humillaciones serían correspondidas. Los hacendados estaban informados de
tu postura y tus andanzas con la pareja de ingleses.
Tu actuación
en el juicio de la Rio do Ouro no dejó lugar a dudas. El juez me designó como
defensor de oficio de los acusados y tú interviniste solicitando actuar como
tal. Fue tu sentencia. Estaba claro en qué equipo jugabas. Y esto tenía que
saberlo todo el mundo. Yo no estuve en la isla de Príncipe, pero una vez más tu
actuación, tu trato con el subgobernador y el administrador de la hacienda, no dejaron
lugar a dudas. Eras el defensor de los negros. No te importaba lo más mínimo el
porvenir de las haciendas y su rendimiento. Nos humillabas. Tenías que quedar
como el humanitario defensor de los derechos de los negros ante el cónsul
inglés y su mujer. Su mujer... Esa zorra que se te había abierto de piernas sin
el menor decoro y ponía los cuernos a su marido. Todos lo sabíamos. Y el
ministro también lo supo. No fuiste capaz de darte cuenta de lo que pasaba hasta
que ya no tenía remedio. Entonces llegó el enfrentamiento final cuando empezó
la repatriación de los negros. Públicamente me afrentaste, me amenazaste y me
insultaste. Pero para entonces ya estaba la decisión tomada. Te íbamos a
chantajear con denunciarte por adulterio, a ti y tu zorra inglesa si no
conseguías que el inglés suavizara su informe. Confiábamos en que cederías al chantaje y conseguirías que el
inglés también cediera para evitar el escándalo. Nos equivocamos. No
esperábamos tu reacción, la verdad. Sabíamos que teníamos la partida ganada. O
atendías al chantaje o renunciabas. En cualquier caso eso suponía librarnos de
ti. Pero tu reacción nos sorprendió. Luego supimos que no fue solo nuestra
amenaza lo que la ocasionó. Parece que el negro ese al que salvaste en Príncipe
tuvo algo que ver. Pero la partida la perdiste igualmente. Y la perdimos todos.
El informe del inglés nos hundió.
Descansa en paz Luis Bernardo Valença. Descansa en paz.
Joaquin, Pozuelo, octubre 2013
Hola hola hola, estoy probando...
ResponderEliminarAurora
Enhorabuena, Joaquín, por el trabajo sobre Germano André, personaje de El Gobernador. Has utilizado una técnica para complementar la historia que nos ha contado el narrador omnisciente, y es la de dar voz a uno de los personajes para conocer los hechos desde otro punto de vista. Así, el lector tiene más información sobre los hechos y los personajes.
ResponderEliminarUn saludo
Aurora Martínez
Gracias Aurora. Eso era lo que pretendía.
EliminarEstoy intentando entrar con algún comentario de prueba para comprobar que el procedimiento funciona. Gracias.
ResponderEliminarYa puedes ver que si
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