Nueva película dirigida por Ken Loach, uno de los cineastas británicos más importantes, destacado especialmente por su compromiso político y social, al que me he referido en otras ocasiones en este blog. La última con ocasión del estreno de Yo, Daniel Blake.
Es a raíz de la realización de esta película que, según dice, cuando fue en compañía de su guionista habitual Paul Laverty a los bancos de alimentos para documentarse, descubrieron que muchos de los que iban a por comida tenían trabajo a tiempo parcial y con contratos que no especificaban un horario mínimo. Un nuevo tipo de explotación. Los autónomos o trabajadores para agencias, los marginados del mercado laboral siguieron ocupando un espacio importante en las conversaciones que mantenían y poco a poco surgió la idea de que quizá merecía la pena hacer otra película.
Presentada en los Festivales de Cannes y San Sebastían, obtuvo en este último el Premio del público a la mejor película europea.
Ricky, Abby y sus dos hijos viven en Newcastle. Forman una familia muy unida. Ricky ha pasado de un empleo a otro; Abby se dedica a cuidar a personas ancianas y disfruta con su trabajo. Son conscientes de la dificultad para obtener la ansiada seguridad económica. Surge entonces una oportunidad para Ricky y deciden apostar el todo por el todo. Abby vende su coche para que Ricky se compre una furgoneta y se convierta en repartidor por cuenta propia: por fin será su propio jefe. Pero esto afectará a todos los componentes de la familia y sus relaciones. Aunque los lazos de la familia son muy fuertes, pronto aparecerán las primeras fisuras...
Vuelve Ken Loach a incidir en su cine social, para denunciar una nueva forma de explotación. Ricky es autónomo; en teoría es su empresa, pero si pasa algo, toda la responsabilidad es suya. El vehículo puede averiarse, puede ocurrir cualquier cosa, y les sancionarán si no hacen la entrega a tiempo. Pueden perder mucho dinero muy deprisa. Y tendrán que hacer largas jornadas para obtener un sueldo decente. Y algo parecido le ocurre a Abby en su trabajo: estará fuera de casa unas 12 horas yendo de una casa a otra, pero solo le abonarán seis o siete horas al precio mínimo.
Pero su denuncia pierde algo de valor por la acumulación de situaciones negativas. Un exceso de circunstancias que conducen a enfrentamientos familiares y laborales. Aunque también hay que decir que ninguna de las cosas que les pasan aparece de la nada sino que, mas bien, son fruto lógico del desarrollo de la historia. Si no lo creemos así, asomémosnos a las noticias.
Un sólido guion y unas interpretaciones totalmente creíbles pese a que tres de los cuatro principales debutan con esta película, hacen que la historia nos conmueva.
Una muestra de cine social, una denuncia a gritos, porque como decía Loach tras el estreno de Daniel Blake, "según el proyecto neoliberal, la mano de obra debe ser vulnerable, porque así aceptará salarios bajos, contratos basura y trabajos temporales. Y para que el trabajador siga siendo vulnerable hay que hacerle creer que tiene lo que merece. Ese es el secreto: recordar a los humillados que la culpa es suya. Porque si la culpa fuera del sistema habría que cambiarlo, y eso, de momento, no interesa". Un desarrollo lógico del mercado consecuencia de una competencia cada vez más dura que quiere recortar gastos y subir beneficios. El mercado quiere ganar dinero y las dos cosas no son compatibles. Pagan el precio los trabajadores como Ricky, Abby y sus familias.
Recordemos esta película cuando un repartidor llame a nuestra puerta.
Excelente crítica, Loach siempre fiel a su compromiso social, siempre denunciando desde la época del tatcherismo.
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