miércoles, 2 de noviembre de 2016

Teatro: REIKIAVIK


El pasado mes de agosto se estrenó y comenté El caso Fischer, una película sobre el enfrentamiento por el Campeonato del mundo de ajedrez entre el estadounidense Robert (Bobby) Fischer y el ruso Boris Spassky. Casi un año antes, en septiembre de 2015, el CDN estrenaba la obra Reikiavik, de Juan Mayorga, que nos ofrecía otra visión de esa final. Ahora el CDN ha recuperado la obra, que obtuvo un gran éxito en su estreno, durante unas semanas, y he aprovechado para verla.

En otra ocasión he comentado obras de este autor (marzo de 2014). Creo que, aparte de El chico de la última fila, (que vi en su versión cinematográfica) nunca ha llegado a convencerme su teatro. Y Reikiavik es la que más me ha gustado de lo que he visto suyo. 


Apoyado en tres buenos intérpretes, Daniel Albadalejo, César Sarachu y Elena Rayos, Mayorga nos habla de esa final de ajedrez como un juego entre dos personajes principales, dos perdedores (se hacen llamar Waterloo y Bailén) que adoptan los papeles de los dos jugadores. Porque no juegan al ajedrez, juegan a interpretar a los dos jugadores para el disfrute de un tercero, al que cuentan la historia, y de nosotros. Nos atrapan en un texto más complejo de lo que parece servido con un ritmo extraordinario. Un juego muy bien servido por los actores.

A Daniel Albadalejo y César Sarachu los conocí en un programa de TV, Cámara café. Posteriormente encontré a Daniel sobre el escenario en el CNTC y un Otelo en verano de 2014. Me parece un buen actor. A César solo le recuerdo como Bernardo en Cámara café. Era de lo mejor de la serie. Los dos hacen una exhibición de dominio de la escena y de expresión corporal. Un simple cambio de sombrero o una bufanda, un gesto, un cambio de tono en la voz, los transforma en uno u otro personaje en un juego que  en algunos momentos me recordaba Esperando a Godot. Junto a ellos como espectador de excepción que poco a poco se va integrando en el juego, Elena Rayos una joven veterana que complementa perfectamente a la pareja protagonista.

Aunque el tema de la obra no me parece especialmente atractivo, creo que vale la pena por su texto y sobre todo por la puesta en escena, obra del propio autor y en la que destaco la iluminación de Juan Gómez-Cornejo.

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