Daniel Blake es un carpintero de casi 60 años que tras sufrir un infarto se ve obligado a acudir a los servicios sociales para solicitar el subsidio por incapacidad transitoria. Comenzará entonces toda una odisea, ya que se verá atrapado en un laberinto burocrático. Y es que, a pesar de que el médico le ha prohibido trabajar, se le deniega el subsidio y se ve obligado a solicitar el paro lo que le obliga a buscar un empleo o de lo contrario recibirá una sanción.
En su camino se cruzará con una madre soltera de dos niños, con unas complicadas circunstancias personales, que ha tenido que aceptar desplazarse a 450 km de su ciudad para conseguir un alojamiento facilitado por el Estado. Ambos intentarán ayudarse mutuamente para intentar superar la situación, enfrentándose a las exigencias burocráticas de una Administración sin humanidad.
Una historia que denuncia un sistema que no respeta la dignidad de las personas mediante dos casos un poco extremos. Realmente consigue indignarte el caso de Daniel Blake, mientras que el de Katie parece más forzado y peor desarrollado y suena a algo ya contado. Recuerda a Techo y comida, la película española que el año pasado le proporcionó el Goya a mejor actriz a Natalia de Molina.
Es cierto que la denuncia es efectiva y que consigue llegarte, pero todo es demasiado evidente, previsible, didáctico. Un cine comprometido al que, en mi opinión, le sobra didactismo y sentimentalismo y le falta originalidad. Con algunos giros forzados y un tanto innecesarios. Pero que debería ser de obligada visión para todos aquellos que tienen en su mano el destino de los desfavorecidos.
Destaca el trabajo protagonista de Dave Johns, un personaje y un actor lleno de humanidad. También me gustó Hayley Squires como Katie. Y la película, a pesar de sus defectos, es absolutamente eficaz. Consigue arrastrarnos emocionalmente contra esos burócratas a los que deseas lo peor.
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