Loïe Fuller (1862 – 1928) fue bailarina, coreógrafa, iluminadora, inventora de efectos visuales, comisaria de arte, cineasta y empresaria y desde muy joven se convirtió en una leyenda viviente. Trabajó entre Estados Unidos y Europa. Ejerció una gran influencia sobre los artistas e intelectuales de su tiempo.
Su capacidad de trascendencia se forjó desde los primeros momentos de su carrera. Aportó novedades técnicas y aplicó saberes científicos a la escena, registró patentes y produjo y administró espectáculos que viajaron por todo el mundo. Reconoció la energía dinámica que alberga el espacio escénico. Rompió cualquier discurso lineal que se produjera en el escenario. Mezcló el cuerpo en movimiento, la envoltura que producía la luz sobre él, el espacio en el que se desarrollaba, el color y el poder de la emoción con la expresión en estado puro, creando una nueva fórmula que trascendió las ideas de su tiempo y que llega a nosotros con gran fuerza. Así se presentaba la exposición que La casa encendida le dedicó hace dos años.
Esta filmación se puede encontrar en You tube y parece que podría ser de 1896, aunque me extraña la presencia de color.
En 1900 coincidió con otra bailarina, Isadora Duncan en la Exposición universal de París. Isadora era 15 años más joven y está considerada por muchos como la creadora de la danza moderna. Se puede decir que Isadora eclipsó a Loie Fuller en el panorama de la danza, aunque fue Fuller quien había abierto el camino. Sin embargo es apenas recordada.
Stephanie di Giusto, la realizadora, debuta con esta película si bien ha sido diseñadora artística, fotógrafa, guionista... Fascinada por la historia de Fuller, su lado revolucionario del espectáculo, de las artes escénicas, considera que su descubrimiento le ha dado valor para lanzarse a la dirección.
La película nos acerca a la vida de Loïe Fuller. Nacida en el gran oeste americano, nada hacía sospechar que esta chica de campo llegaría a convertirse en estrella de los cabarets de la Belle Époque y mucho menos que llegaría a bailar en la Opera de París. Oculta bajo metros de seda, alargando sus brazos con bastones, Loïe reinventa su cuerpo en el escenario deleitando al público cada noche. Pese a que el esfuerzo físico le castiga la espalda, incluso cuando los focos luminosos le queman los ojos, no cesará en su empeño de seguir mejorando. Loïe fue una mujer adelantada a su tiempo con una gran carrera por delante, pero vio todo su esfuerzo amenazado cuando apareció en su vida Isadora Duncan, una joven ambiciosa que precipitaría su declive
Me gustó esa aproximación al mundo modernista de finales del XIX y principios del XX, un tiempo en que las diferentes artes se renuevan y, claro, la danza también lo hace. Y también el desarrollo de la vocación artística del personaje. Y la confrontación entre el trabajo duro y el estudio de Loie y la facilidad de Isadora. No obstante la visión de sus relaciones personales no me gustó. Hay una ambigüedad una indefinición en ella, en Louis, el aristócrata que la apoya, en Gabrielle, su mujer de confianza y en Isadora que no parecen suficientemente explicadas ni acordes con su sensibilidad artística. Con algunos momentos visualmente extraordinarios, en cambio hay otros que me parecieron fuera de lugar como el montaje paralelo de la muerte de Louis y el inicio de su decadencia. Creo que el tema daba para más con otro tratamiento más acertado.
La protagonista, Soko (Stéphanie Sokolinski) hace un tremendo esfuerzo físico para el que se entrenó durante dos meses a razón de ocho horas diarias y se puso en condiciones de sufrimiento extremo que se asemejan mucho a lo que debía sentir Fuller. En ningún momento la doblan. Las otras dos actrices principales son Lily Rose Depp, hija de Johnny Depp, como Isadora, que sí está doblada en las escenas de danza y Melanie Thierry a quien pudimos ver en Un dia perfecto, de Fernando León.
Interesante aproximación a a una renovadora de la danza desconocida por la mayoría.
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