Se esperaba con cierta expectación el debut cinematográfico de Miguel del Arco, director y autor-adaptador teatral al que me he referido en varias ocasiones. Las furias es un guión propio, producido entre otros por Kamikaze producciones, la compañía responsable de las producciones teatrales que ha dirigido y que se ha hecho cargo del Teatro Pavón.
Segun la mitología griega las erinias (furias es su apelativo romano) son la personificación de la venganza y del antiguo concepto del castigo. Su misión era castigar los crímenes humanos. Nacieron del esperma y la sangre que cayeron sobre Gea cuando Crono castró a Urano.
Eran tres: Alecto, Tisífone y Megara. Moraban en las tinieblas infernales y se las representaba como demonios femeninos alados, el pelo lleno de serpientes y con un puñal en una mano y una antorcha o un látigo en la otra. Comparadas a menudo con perras, persiguen sin descanso a sus víctimas hasta volverlas locas. Cuidan de que se prolongue el orden religioso y cívico, castigando con especial atención el asesinato y los crímenes contra la familia. El culpable, exiliado, errará perseguido por ellas hasta que purifique su crimen.
Se las llamaba a veces Euménides, para halagarlas y no provocar su cólera. Los romanos las identificarían más tarde con las Furias. Están presentes en numerosas tragedias griegas; incluso es el título de la última de las obras que componen La Orestiada, de Esquilo.
La película nos muestra la relación entre los miembros de la familia Ponte Alegre (un nombre bastante irónico), que resulta bastante conflictiva. El padre, actor enfermo, tan sólo es capaz de recordar los monólogos de las tragedias de Shakespeare. Marga, la madre, separada, tiene una amante mucho mas joven. La hija, Casandra, con el marido en paro, convive con el padre y una hija con problemas psicológicos. De los dos hijos, Héctor tiene pareja y el otro, Aquiles, aparentemente, está escribiendo la historia de la familia, retirado en un caserón familiar en la costa. Tras un breve prólogo, en el que un veterano actor le cuenta a su nieta el significado de la figura mitológica de las Furias: “Cuando alguien hace algo contra la familia, se introducen en su mente como un veneno. Por eso hay que tener mucho cuidado con lo que uno hace con los suyos. Nunca sale gratis”, el conflicto se abre cuando la madre anuncia a sus hijos que está decidida a vender el caserón donde veraneaban y que ha servido de paraíso familiar durante generaciones. Antes de vender, les anima a que se reúnan en la casa un fin de semana y elijan cuanto antes los muebles y objetos que quieran conservar. El hermano mayor, decide aprovechar la reunión para celebrar en familia la boda con su novia, con quien lleva conviviendo bastantes años.
A partir del mito de las Furias, Del Arco construye el conflicto familiar. La historia me dio la sensación de un coctel en el que estaba el mito griego, Agosto, la obra de Tracy Letts, Felices 140 y El desencanto. Un conjunto que, aunque consigue interesar, no termina de llegar a buen puerto por exceso. Un exceso que en su parte final queda, en mi opinión, tan descontrolado que puede hacer olvidar muchos momentos interesantes anteriores.
La gran baza de la película son sus intérpretes. Empezando por dos veteranos como José Sacristán y Mercedes Sampietro, que están tan bien como acostumbran. Destacan también, especialmente, Carmen Machi y Gonzalo de Castro (esta vez sí me gustó). Alberto San Juan dota a su personaje de humor e ironía. Completan el reparto Pere Arquillué, Emma Suárez, Bárbara Lennie, Macarena Sanz y, en un papel casi episódico, Elizabet Gelabert. Muchos de ellos participantes habituales en los montajes teatrales del director.
Debut no del todo satisfactorio de un director que se ha mostrado mucho más atractivo en sus adaptaciones y puestas en escena de textos ya existentes (Veraneantes, La función por hacer, Misántropo, Hamlet, Antígona...) que cuando ha creado textos propios. Recuerdo negativo de una obra suya, Deseo, presentada en 2013.
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