miércoles, 7 de noviembre de 2018

Teatro: LUCES DE BOHEMIA


El Centro dramático nacional presenta en el teatro María Guerrero un nuevo montaje de Luces de Bohemia. Alfredo Sanzol es el responsable de la puesta en escena. He hablado en varias ocasiones de Alfredo Sanzol, la última con ocasión de el estreno de La ternura. Ahora se ha hecho cargo del montaje de esta obra, una obra que se consideró irrepresentable durante muchos años y que Valle Inclán, su autor no pudo ver representada, al igual que la mayoría de su teatro. De hecho, no se estrenó hasta 1963 en Paris. En España lo hizo en 1970, tras varios intentos fallidos a causa de la censura, tal como explica el cuaderno pedagógico editado por el CDN cuya lectura recomiendo. Esta es la tercera vez que la presenta el CDN.



Como es sabido la obra narra el peregrinaje de Max Estrella, un poeta ciego por un Madrid marginal y sórdido. Le acompaña don Latino de Hispalis y le dan la réplica algunos otros personajes de la bohemia madrileña de la época. Un mundo de marginados, prostitutas y delincuentes que critica el poder establecido y los políticos de la época. Como es característico en la Generación de 98, Valle-Inclán se lamenta de la situación española que considera de gran retraso intelectual y económico con respecto a Europa. En sus diálogos se vierten críticas a la cultura oficialista y a la situación social y política. Todo ello a través de quince escenas que se desarrollan en poco más de 24 horas.

 No parece necesario hablar más de una obra tan conocida, pero si de la puesta en escena. Una puesta en escena que utiliza el texto original de Valle excepto, dice Sanzol, cuatro frases de la escena del preso catalán y la modificación de las coplas del enano de la venta que han adaptado para que sean un poco más irreverentes y se entienda mejor la detención de Max Estrella. 
En lo que se refiere al espacio, Alejandro Andújar, el responsable de la escenografía y el vestuario y Sanzol han jugado con que los espejos  sean parte esencial. Todo está lleno de reflejos, de la misma forma que creen que Don Latino es el reflejo material de Max Estrella y Max es el reflejo espiritual de Don Latino. Han buscado un espacio con una potencia expresiva muy grande, que el público tenga una experiencia estética, visual, espacial y de luz que le recuerde
a una instalación, una escultura, una foto o una pintura. El movimiento de los actores en el escenario y las transiciones son muy importantes. La disposición
coreográfica y el espacio que crean los espejos (como las calles que se forman al moverlos) son fundamentales. A ello contribuye la iluminación de Pedro Yagüe, siempre complicada por la utilización de los espejos.

Diecieseis intérpretes dan vida a los 45 personajes de la obra. Solamente Juan Codina (Max) y Chema Adeva (Don Latino), no se desdoblan en otros. Los dos tienen que asumir que sus personajes han contado con actores de categoría en montajes anteriores (José María Rodero, Ramón Barea, Lluis Homar, Agustin Gonzalez, Carlos Lemos y Francisco Rabal en el cine). Dos actores a los que no recuerdo haber visto y que en sus interpretaciones están a la altura de sus antecesores y de la calidad del montaje.

Un clásico de nuestro teatro del siglo XX con una excelente puesta en escena. Muy recomendable.  




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