jueves, 23 de enero de 2020

Teatro: DIVINAS PALABRAS


La CDN ha presentado en el María Guerrero un nuevo montaje de Divinas Palabras, la obra de Valle Inclán. Lo dirige José Carlos Plaza quien ya ha dirigido varias versiones de la obra, incluso la operística presentada en el Teatro Real en 1997.  

La obra se estrenó en 1933, quince años después de ser escrita. Después de la guerra tuvo que esperar hasta 1961 para su reposición en el Teatro Bellas Artes, con dirección de José Tamayo y Nati Mistral y Manuel Dicenta como protagonistas.  La obra se mantuvo muchos meses en cartel. Este montaje fue un éxito y forma parte de la historia del teatro español. Después numerosas versiones con diferentes directores, entre ellas la que en 2006 dirigió Gerardo Vera con la que se inauguró el teatro Valle Inclán en Madrid.Es una de las obras mas internacionales de su autor. Ha contado con numerosos montajes no solo en España sino tambien en el extranjero. Ingmar Bergman la dirigió en 1950.

En opinión de su director, Divinas palabras, es el exponente más moderno, el engranaje más perfecto en el que el teatro español alcanza su máximo nivel, hoy en día aún no superado.

"Lo trágico, lo dramático, lo cómico y lo grotesco se aúnan en esta tragicomedia donde es evidente la influencia de Goya y sus Pinturas negras, de los Disparates, de los horrores de la guerra. Y también evidente la influencia de Solana, Dalí y de toda una corriente española que llega hasta nuestros días –con Buñuel a la cabeza– en una auténtica sinfonía de colores, sonidos y sentimientos. Esta inigualable obra está habitada con imágenes ancestrales de muerte, fanatismo, ingenuidad, barbarismo, codicia, avaricia y lujuria. Pero, sobre todo, de esa enorme fuente esencial, siempre reprimida, siempre oculta, siempre condenada y tantas veces prohibida: la sexualidad en libertad. Con Divinas palabras estamos ante una de las dos o tres obras más universales de nuestra historia literaria. Una obra que no ha perdido en este siglo XXI ni un ápice de su poder corrosivo".



 Juana la Reina es una pobre mujer, madre de un hijo con hidrocefalia. Se gana la vida pidiendo limosna por los caminos llevando en una carreta al muchacho. Es hermana de Pedro Gailo, el sacristán de la Iglesia de San Clemente y de Marica del Reino. Pedro está casado con Mari Gaila y tienen una hija, Simoniña. Cuando Juana muere, el carretón y el muchacho son motivo de disputa entre los hermanos, ya que todos ven en esta triste herencia una forma de sacar beneficios mendigando por caminos y ferias. El alcalde decide finalmente que lo usen por turnos, y pretende así terminar la disputa. 

Tengo que decir que, personalmente, prefiero Luces de Bohemia a esta obra que, al menos en el montaje que comento, me parece que nos presenta una visión demasiado limitada de el gran cuadro de muerte, fanatismo y avaricia que describió su autor. Puede que contribuya a ello que se ambienta en una aldea gallega y en los caminos, tabernas y lugares cercanos a ella. Un ambiente, quizá, demasiado localista. La acción nunca abandona este círculo cerrado y, salvo Séptimo Miau, ningún personaje tiene contacto con el mundo exterior. Se ha considerado que nos presenta el enfrentamiento entre dos tipos de moral: la tradicional, cristiana, residente en la aldea y la amoralidad representada por los personajes de los caminos. Y que este es el tema central de la obra; el conflicto entre la religión y las fuerzas vitales.  Dos mundos que viven en paralelo hasta que confluyen en la figura de Mari Gaila y su adulterio.

Se ha escrito mucho sobre el significado del final de la obra, cuando tras pronunciar Pedro Gailo las palabras de Dios (Quien esté libre de pecado...) en castellano, las vuelve a pronunciar en latín. Pedro Gailo hace callar el tumulto con palabras que no entienden pero que tienen en sí mismas el poder de enajenación propio de un ritual mágico. Las palabras de Dios, divinas palabras, que no tuvieron ningún efecto dichas en castellano, tienen en latín el poder de las cosas rituales, la fuerza de provocar respeto y hasta miedo. Algo que Valle  utiliza con un cierto tono irónico. Según apuntan algunos estudiosos, atribuirle la fascinación que produce la magia y el engaño embaucador, es una feroz crítica a la manipulación de las voluntades por parte de los altos estamentos. Para Antonio Buero Vallejo las divinas palabras son redentoras, provocan una emoción solemne y salvadora. Para el director describe la constante manipulación de un pueblo adocenado, castrado por falsas creencias ancestrales, que les asustan y paraliza.

Me gustó la utilización del espacio escénico, con una escenografía e iluminación de Paco Leal que resuelve la pluralidad de espacios  que resuelve con aparente sencillez, pasando de un camino a un interior o de un interior a una feria, con elementos tan simples como expresivos. Lo que permite que la obra avance con continuidad y ritmo. También la utilización del sonido, música original de Mariano Díaz que acentúa ambientes y mucho sonido animal y aquel que proviene de la naturaleza: vientos, lluvias, olas, etc.

Lo que menos me atrajo fue la interpretación, en general. Demasiado gritada. Me sorprendió agradablemente, aunque recuerdo haberla visto en Señorita Julia hace ya algunos años, María Adanez como protagonista y me gustó especialmente Ana Marzoa, en un personaje secundario pero fundamental, al que dota de una interpretación pausada y tranquila que contrasta con la del resto del reparto. Parece que en la gira que continúan al finalizar en Madrid, el papel protagonista pasa a María Isasi.





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