Aunque con algo de retraso, el CDN ha querido rendir homenaje a Antonio Buero Vallejo en el centenario de su nacimiento. Para ello ha programado El concierto de San Ovidio, una obra estrenada en 1962, cuando su teatro se estrena ya
en el extranjero y empieza a ser reconocido tanto en Europa como en España, donde se había convertido en uno de los más valorados autores teatrales hasta ser considerado el más importante de la segunda mitad del siglo XX. Se estrenó en el Teatro Goya de Madrid en noviembre de ese año, dirigida por José Osuna y con José María Rodero y Luisa Sala como protagonistas. El responsable de este montaje es Mario Gas. Entre sus últimos trabajos de teatro cabe destacar Incendios, de Wajdi Mouawad, Sócrates, de Gas y A. Iglesias, Invernadero, de Harold Pinter, y Muerte de un viajante, de Arthur Miller
Desarrollada en un hospicio del París de 1771, Valindin, un negociante, consigue que la monja que regenta la institución permita que, a cambio de doscientas libras, seis mendigos ciegos que allí se acogen puedan tocar instrumentos musicales en la inminente fiesta de San Ovidio. Al contrario de lo que los pobres ciegos se piensan, Valindin no es su salvador, sino que lo único que busca es aprovecharse de su condición de ciegos para ridiculizarlos y sacar beneficio económico de la situación. Ésta se complica cuando uno de los ciegos y la mujer que vive con Valindin se enamoran.
El concierto de San Ovidio viene a replantear el tema de la ceguera, que ya había tratado, si bien en circunstancias distintas, En la ardiente oscuridad.
Esta obra pone de manifiesto su dominio de la construcción dramática, su fuerza simbólica, su compromiso social y su hondura moral. El autor calificó de parábola esta obra que situó en el París de 1771 y que se inspira en algunos personajes y referencias históricos. En efecto, uno de los personajes es Valentín Haüy quien reprueba la burla y se enfrenta con Valindin, sin éxito. Haüy fue una persona real y es cierto que un episodio como el que se cuenta en la obra le
decidió a trabajar en favor de la educación de los ciegos. En 1771, presenció una representación interpretada por niños ciegos con ocasión de la Feria de San Ovidio en la plaza de la Concordia de París (por entonces, plaza Luis XV). Quedó tan dolido por la actitud burlona del público que decidió fundar una escuela para ciegos. Su gran idea fue el modo de hacer leer a los ciegos mediante caracteres especiales en lo que sería la génesis del sistema Braille.
La historia de los músicos ciegos explotados y convertidos en ridículos personajes por un empresario sin escrúpulos constituye un alegato contra la explotación y un canto a la dignidad humana y a los esfuerzos de quienes luchan por cambiar el signo de su destino. Nos habla de los abusos de poder, la humillación del diferente, la necesidad de remediar las injusticias...
La puesta en escena de Mario Gas explota las múltiples posibilidades que ofrecen los teatros actualmente, con proyecciones sobre los muros que potencian la escenografía y un vídeo que ofrece la actuación de los ciegos, las reacciones de su público y la presencia de Valentin Haüy. Un recurso poco teatral pero efectivo.
Pero en lo que hace al resto de la puesta en escena y, en especial, a los intérpretes, es teatro de lo más convencional. Buena escenografía e iluminación. Un acierto la utilización de las sombras en la escena entre Valindin y el ciego David. Y no me gustó que vuelva a utilizar el vídeo en el epílogo, por otra parte prescindible, de la obra.
Alberto Iglesias es David. Creo que en su interpretación esta influido por el recuerdo de José María Rodero. En ocasiones su entonación me lo recordaba.
Valindin es José Luis Alcobendas y Adriana, Lucía Barrado. A todos ellos les pudimos ver en Incendios y algún otro montaje, en general con mejor recuerdo. En cualquier caso todo el elenco cumple adecuadamente y el espectáculo vale la pena.
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