En una cartelera dominada por los productos más convencionales aparecen de vez en cuando películas que difícilmente pueden ser consideradas como comerciales. Lo suelen hacer en los cines especiales, como en el caso de Madrid, los Renoir, Golem o Verdi, especializados en versiones originales. Por eso sorprende que A ghost story se haya estrenado en los Kinepolis de Ciudad de la imagen, exclusivamente en versión original y con varios pases diarios durante una semana.
Porque esta película, dirigida por David Lowery sobre su propio guión, no es nada convencional. Mas bien un tanto extraña. Interpretada por Rooney Mara, recordada por sus papeles en Millenium, La red social y sobre todo por Carol, y Casey Affleck, ganador del Oscar este año por Manchester frente al mar, con los que este director había trabajado en su anterior largometraje, En un lugar sin ley, que no he visto.
Un hombre muere y regresa a su casa como un fantasma con la apariencia de los espíritus de cuentos infantiles, cubierto con una sábana blanca. De vuelta a su hogar, se da cuenta de que en este nuevo estado ya no pertenece a un tiempo concreto y solo le queda observar con total pasividad cómo se le escapan lentamente la vida que conocía y la mujer que ama.
Aunque los espíritus de fallecidos suelen formar parte de las historias de terror, existen otras historias que utilizan a los fantasmas como un elemento romántico e incluso de comedia. Películas como Ghost (1990), Para siempre (Spielberg, 1989), El fantasma y la señora Muir (Mankiewickz, 1947) y El fantasma de Canterville (1944), son diferentes y variados ejemplos de como la presencia sobrenatural no tiene que ser patrimonio de las historias de terror.
En esa linea se encuentra esta película, que juega con el paso del tiempo y los lazos de unión entre las parejas. El protagonista convertido en fantasma, echa de menos a su compañera y observa, espera, no se sabe a que. Llegan nuevos habitantes a la casa, una fiesta, la casa se destruye, se crea un edificio y una ciudad a su alrededor en el futuro... y el fantasma continúa ahí. Hasta que en un momento determinado, cuando consigue acceder a la nota que su mujer escondió en una rendija de la pared, se desvanece. El sentido de la película se encuentra en una larga disertación sobre lo que permanece y lo que se va, sobre la grandeza de la inspiración y las verdaderas obras de arte que quedarán en la memoria.
Todo esto está contado de una manera nada convencional. Empezando por el formato, 4:3 con las esquinas redondeadas, que recuerda las películas de aficionados. Largos planos, estáticos, algunos difíciles de soportar sin removerse en el asiento. Diálogos entre fantasmas resueltos con subtítulos... Todo ello hace que la película, que por otro lado recuerda las elucubraciones poéticas de Terrence Malick, pueda dar lugar al abandono por parte de los espectadores. Pero hacen mal, por que la película es interesante y reflexiva, aunque, en mi opinión se adaptaría mejor a un metraje más corto (pese a que no llega a la hora y media de duración) y podría simplificar el, a veces, poco entendible juego con el paso del tiempo referido al espacio donde se ubica la casa, convertido finalmente en una ciudad.
El director ha comentado respecto a su película que con ella intenta enfrentarse al paso del tiempo, “pero el tiempo seguirá adelante me guste o no, y llegará el momento en que todo por lo que me esforcé o lo que conseguí no significará nada”.. "Creo que hay vínculos con ciertas personas que nos ayudan a superar crisis vitales que a menudo se convierten en miasmas de desesperación”.
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