En el Teatro Español se ha presentado la obraque se considera iniciadora del denominado teatro del absurdo, La cantante calva de Eugène Ionesco.
Sobre este tipo de teatro y el autor ya escribí en mi comentario sobre El rinoceronte, en enero de 2015. El término, Teatro del Absurdo fue una expresión empleada por el crítico Martin Esslin cuando escribió su libro El teatro del absurdo. Clasificó a ciertos dramaturgos que escribían durante la década de 1950, principalmente franceses, cuyo trabajo se consideró como una reacción contra los conceptos tradicionales del teatro occidental.Este teatro propone mostrar una realidad oculta y amarga que subyace en la idea de felicidad y confort del modo de vida burgués. Una constante del Teatro del Absurdo es la pugna de sus personajes por expresarse y la imposibilidad de lograrlo.
La cantante calva ha sido permanentemente representada en el Théâtre de la Huchette, en Paris. desde 1957.
Esta obra está cargada de ironía, de juegos verbales sin sentido y situaciones carentes de lógica. Parece que la idea surgió cuando el autor estaba intentando aprender inglés con el método Assimil. A la vista del contenido de los diálogos del método decidió escribir una obra absurda llamada L’anglais sans peine (El inglés sin esfuerzo), en referencia al título del manual.
Un matrimonio inglés tradicional espera la llegada de otro matrimonio para cenar. Cuando lleguen, no cenarán. Mantendrán diálogos intrascendentes y absurdos hasta la irrupción de un bombero en busca de un fuego que apagar.
Si la sinopsis ya parece absurda, lo que la obra relata lo es más aún. Porque lo que nos relata en precisamente eso, lo absurdo de una existencia basada en la incomunicación. Y así, el Sr. y la Sra. Smith mantienen una conversación donde ella habla y el lee el periódico. El tiempo es relativo: las campanadas del reloj y las horas no coinciden. El matrimonio anuncia un cambio de ropa que nunca ocurre, regaña a la criada por tomarse su día libre cuando ellos mismos dieron la autorización.
El matrimonio invitado, los Martin, vive tal desconexión que son incapaces de reconocerse uno al otro. Vienen del mismo sitio, viven en el mismo departamento, comparten la misma cama y tienen hijos en común, pero no se reconocen.
Cuando los dos matrimonios por fin se juntan a cenar, no cenan, conversan sin decirse nada. No tienen nada que compartir. Se interrumpen y olvidan de qué hablan constantemente.
La aparición de un capitán de bomberos pidiendo un fuego para poder apagarlo
supone la culminación de la incongruencia y el sin sentido. Al final, la obra vuelve a empezar, pero ahora los Martin son los Smith. La historia se repite y comienza otra vez, incluyendo todo lo absurdo que hemos presenciado
La obra se caracteriza por el vacío en la comunicación. El matrimonio de los Smith muestra lo mucho que las personas pueden hablar todo el día sin decirse absolutamente nada. Empleando la reiteración de ideas, las palabras sin sentido de acción o el razonamiento sistemático. La obra es una parodia de lo cotidiano en la vida de dos parejas.
Desde este punto de vista la obra me recordó a una película de Luis Buñuel, El discreto encanto de la burguesía por la presentación de un mundo ilógico, en el que las reuniones de un grupo de burgueses se verán siempre interrumpidas por las circunstancias más extrañas, algunas reales y otras fruto de su imaginación.
También, en muchos momentos, al teatro de Jardiel y de Mihura. E incluso a los Hermanos Marx.
Me resulta difícil valorar la puesta en escena. Este tipo de obras se basan en una serie de recursos que creo que están eficazmente utilizados, especialmente los actores entre los que destaca Adriana Ozores. El resto (Fernando Tejero, Joaquin Climent, Carmen Ruiz, Helena Lanza y Javier Pereira) cumplen con sus absurdos papeles. Quizá Javier Pereira, al que hemos visto en buenos papeles en cine (Stockholm, Que Dios nos perdone), muestra cierta falta de experiencia sobre un escenario y esté un poco por debajo del nivel del grupo. El director de la obra es Luis Luque y la versión es de Natalia Menendez.
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