Fred Ballinger (Michael Caine), un notable director de orquesta y compositor, pasa unas vacaciones en un balneario de los Alpes con su hija Lena (Rachel Weisz) y su amigo Mick, (Harvey Keitel), un director de cine al que le cuesta acabar el guión de su próxima película. Los dos son octogenarios. Desde Londres llega un emisario de la reina Isabel, que quiere convencerlo para dirigir un concierto en el Palacio de Buckingham, con motivo del cumpleaños del príncipe Felipe.
A pesar de su título, la película nos habla de la vejez, del deterioro físico, cuando lo que queda son solo los recuerdos, ya que, afortunadamente, en el caso de los dos amigos, la mente todavía funciona. Vemos su complicidad y el miedo al futuro y el fracaso de algunas de sus expectativas. Y esto es lo mejor de la historia.
Sorrentino nos lo cuenta con la misma grandilocuencia que impregnaba La gran belleza, con un esteticismo de imágenes de postal pero también con sensibilidad y algunos momentos llenos de acierto. Creando un entorno de personajes secundarios curiosos y tópicos, pero tan banales, en general, como los que nos presentaba en el título anterior. Creo que esos secundarios y el esteticismo felliniano son lo menos atrcativo de la película que, por otra parte, me recuerda el cine del Fellini que menos me gusta.
Lo más notable es la interpretación de los dos personajes centrales. Tanto Michael Caine como Harvey Keitel aparecen perfectamente identificados con ellos. Y también la utilización de la música. Destacar que la película está rodada en inglés y que vale la pena verla en versión original.
En resumen, sigo sin identificarme con el cine de Paolo Sorrentino, aunque reconozco que tiene algunos momentos en sus películas que me gustan e interesan.