Hay obras de teatro cuya apreciación y entendimiento resulta difícil y que, sin embargo, una lectura pausada y reflexiva permitiría llegar mejor a sus intenciones. Este es el caso de El malentendido a cuya representación asistí en el Matadero.
La obra nos situa en un pequeño hotel en un pueblo, regentado por una mujer mayor y su hija Marta. Llevan tiempo asesinando a clientes solitarios a los que sedan y arrojan a una presa situada junto al hotel. Su intención es hacerse con una cantidad que les permita irse del pueblo a vivir junto al mar. Al hotel llega Jan, su hijo y hermano, que se fue del pueblo veinte años antes. Vuelve casado con María, pero quiere pasar solo su primera noche en el hotel. Viene con intención de ayudar a su familia, ya que en los años de ausencia se ha enriquecido, pero no quiere identificarse y esperar a ver si lo reconocen. No es reconocido y sufre el mismo destino que los otros clientes del hotel. Estamos claramente ante una tragedia de corte clásico en la que el destino, en forma de malentendido, resuelve el conflicto con la muerte de sus personajes.
Parece que Camus parte de una noticia de prensa que ya había recogido en su novela El extranjero:
“
"Entre el jergón y la tabla de la cama había encontrado un viejo trozo de periódico, amarillento y transparente. Relataba un hecho policial cuyo comienzo faltaba pero que había debido ocurrir en Checoslovaquia. Un hombre había partido de un pueblo checo para hacer fortuna. Al cabo de veinticinco años había regresado rico, con su mujer y un hijo. La madre y la hermana dirigían un hotel en el pueblo natal. Para sorprenderlas, había dejado a la mujer y al hijo en otro establecimiento y había ido a la casa de la madre, que no le habían reconocido cuando entró. Por broma, se le ocurrió tomar una habitación. Había mostrado el dinero. Durante la noche, la madre y la hermana le habían asesinado a martillazos para robarle y habían arrojado el cuerpo al río. Por la mañana había venido la mujer y, sin saberlo, había revelado la identidad del viajero. La madre se había ahorcado. La hermana se había arrojado a un pozo. Debo haber leído esta historia miles de veces. Por un lado era inverosímil; por otro era natural. De todos modos, me parecía que el viajero lo había merecido en parte y que nunca se debe jugar.”
El problema es que se trata de un texto complejo, que necesita ser seguido con atención, cuyo significado se diluye en una puesta en escena distanciadora. Las constantes idas y venidas de los actores a lo largo de una escenografía sobria, pero que pese a tratar de acercar al público a la acción mediante una plataforma que queda rodeada por los espectadores, lo que consigue es, al menos en mi caso, que no entre en la acción. Por supuesto no me refiero a la trama de la obra, simple y clara y con un conflicto bastante absurdo, sino a las intenciones que se ocultan tras ella. Por otra parte la interpretación, aunque correcta, contribuye a ese distanciamiento. Cayetana Guillén hace un tremendo esfuerzo pero, en mi opinión, no consigue transmitir el dramatismo existencial de su personaje. Su monólogo final, tremendamente dramático, no consiguió conmoverme como tampoco lo hizo el momento último, en el que la petición de ayuda de María, la esposa de Jan, es respondida con un tajante NO por parte del sirviente que ha permanecido mudo a lo largo del resto de la obra y que se ha interpretado como la negativa de Dios.
Creo que se trata de una obra más para ser leída que representada y dentro de un conocimiento de la obra de Camus del que, lamentablemente, carezco pese a la lectura hace unos cursos de La peste. También tengo que decir que, en esta ocasión, el texto de presentación del CDN, que el pasado año presentó la obra en el Valle Inclán, no me ha servido de mucho
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