El sábado 21 está anunciada en el Teatro Mira la obra Hermanas de Carol López. Es una obra que se me escapó la temporada pasada en la que parece que tuvo bastante éxito en el Teatro Maravillas.
Por si os animais a ir a verla, os copio la crítica que publicó Marcos Ordoñez en Babelia.
Hace cinco años, Germanes, de Carol López, fue un exitazo
en Barcelona durante dos temporadas. Ahora Hermanas, de nuevo dirigida por la autora, está
triunfando en el Maravillas. He vuelto a verla. Me sigue pareciendo
su mejor comedia. Me sigue encantando su estructura chejoviana (parece
no pasar nada y pasa todo) y su habilísima mixtura de comedia y drama (te ríes
mucho y lloras mucho). Amparo Larrañaga es Inés, la hermana controladora y
neurótica. Eficaz pero un tanto mecánica en la primera parte (hay una rigidez
del personaje, cierto, pero también me pareció advertir algo de rigidez en el
juego de la actriz) y pisando firme en la segunda, con su punto más alto en la
ceremonia del “gazpacho purificador”, donde provoca risa e inquietud al mismo
tiempo. Irene, la hermana más lúcida, la más madura, es la formidable María
Pujalte, con el humor y la emoción siempre en su punto. Marina San José, a la
que aún no había visto en escena, le da a Ivonne, la hermana pequeña y
casquivana, una frescura y un encanto sensacionales. Otra buena elección es la
del naturalísimo Chisco Amado para el precioso papel de Álex, al principio
observador y poco a poco figura central (equilibrador, confidente y soporte) de
la familia. Adrián Lamana es Ígor, el benjamín, condenado durante largo rato a
ser una presencia hosca, sin apenas diálogo, y redimido luego en la escena de
su iniciación sexual. Creo que a ese personaje le falta más desarrollo; creo
también que habría que apretarle un poco las tuercas del ritmo al primer acto.
Capítulo aparte merece Isabela, la madre, que entre Martini y Martini (“con dos
aceitunas”) decide retomar las riendas de su vida, y que cierra el
primer acto con su proclamación de independencia y cantando, sobre la mesa y en
combinación negra, el Non, rien de rien de la Piaf para que la
sala se venga abajo.
La acción comienza “en mitad”,
en el funeral del padre; sigue con el retorno a la casa familiar, retrocede
para mostrarnos los acontecimientos previos al entierro y las reacciones de
cada uno, y enlaza otra vez con la llegada a la casa, donde se retoma el
diálogo que ya hemos escuchado. En la segunda parte tiene lugar un
acontecimiento capital que Carol López cuenta de manera muy cercana a la famosa
“teoría del iceberg” de Hemingway: vemos su punta pero no la mole helada que ha
hecho naufragar al buque. Hay una conversación centrada en ese hecho donde no
se dice explícitamente lo que está pasando; intuimos que algo extraño sucede y
acto seguido (tal como en la vida, sí) sobreviene una escena cómica y nos
olvidamos, y más tarde nuestra intuición se va haciendo certidumbre por la suma
de nuevos datos aparentemente dispersos, hasta que la revelación llega como un
mazazo. Ese instante desemboca en una sugestiva idea de puesta en escena (los
golpes casi flamencos de la cuchara como campanadas de reloj, los gritos
rítmicos) y concluye en una danza en mi opinión un tanto excesiva y quizás
innecesaria; pienso también que el epílogo se precipita y que quizás sería más
eficaz si se desarrollara en escena en vez de recurrir a una filmación. Con
todo, la gradación de los efectos, su sistema de siembra, ocultación y desvío,
es tan sutil como efectivo: todos los vectores (texto, interpretación,
dirección) se unen en un poderosísimo crescendo emotivo. No es frecuente una
comedia que juegue tan sabiamente sus bazas: compruébenlo
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