miércoles, 6 de marzo de 2019

Teatro: MOBY DICK


Confieso que no he leido la novela de Melville. Recuerdo unicamente una versión adaptada para jóvenes. Siempre he oido hablar de ella como una gran alegoría, una obra posromántica cargada de simbolismo y que se considera influida por Shakespeare. Sobre esta influencia se ha expresado José María Pou, protagonista de esta versión teatral, que considera que el personaje del Capitán Ahab podría relacionarse con el Rey Lear.

Resulta dificil imaginar como se pueden trasladar una novela tan larga (700 páginas) y compleja a un escenario. El autor de la versión es Juan Cavestany un autor que pocas veces me ha convencido, pese al interés de sus propuestas teatrales, cinematográficas e incluso televisivas. Y le ha acompañado como responsable de la puesta en escena, Andrés Lima, compañero es en varias ocasiones desde Animalario.



Moby Dick es la historia del último viaje del Capitán Ahab. Enrola una tripulación en su barco, haciéndoles creer que van a la pesca de ballenas y que se repartirán los beneficios, pero su único propósito es matar a la ballena blanca, Moby Dick. Un viaje hacia la muerte.

La obra se centra en la figura de Ahab, un personaje que representa la obsesión por la venganza. Un ser maligno, un tirano que utiliza a todo el mundo para satisfacer su deseo de venganza hacia la ballena que le arrebató una pierna. Una metáfora sobre el  personaje que arrastra y sacrifica a otros para satisfacer su ambición personal.



La versión de Cavestany y Lima se sostiene fundamentalmente por el montaje. Un espectáculo muy visual, con utilización de todos los medios de que dispone. Juega mucho con la imaginación del espectador, una imaginación que se ve apoyada por la excelente escenografía de Beatriz Sanjuán, la iluminación de Valentín Alvarez, la música y el espacio sonoro de Jaume Manresa y los videos de Miguel Angel Raió. Si todo ello brilla a lo largo de la obra, es en la última parte, la recreación de los tres dias de caza, con una vela desplegada en el escenario, cuando la puesta en escena alcanza sus más altas cotas.




José María Pou hace un esfuerzo extraordinario a lo largo de la obra para trasladarnos la maldad, la obsesión, la violencia y el odio de su personaje. Le acompañan Jacob Torres que da vida a diferentes tripulantes y Oscar Kapoya, el negro Pip, al que se le han marcado movimientos que recuerdan demasiado a un mono. Todos contribuyen a la espectacularidad y calidad del montaje que, sin embargo, en algunos momentos, tengo que reconocerlo, se me hizo pesado. Quizá por los excesos de un texto en ocasiones demasiado cercano a la digresión.

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