miércoles, 14 de diciembre de 2016

Teatro: EL PÚBLICO


Este montaje de El público se estrenó el año pasado en el mismo escenario, el teatro de la abadía. Estuve dudando si ir a verlo y cuando finalemente me decidí ya no había entradas. Pensé incluso en hacerlo aprovechando un viaje a Barcelona en el Teatro nacional pero otra vez pasó lo mismo. Entradas agotadas. Por eso en esta ocasión, ante el anuncio de su reposición me aseguré poder asistir.

Y ¿por qué ese interés? Porque considero que cuando se es aficionado al teatro hay que abrirse a todo lo que se pone sobre un escenario. Aunque se trate de una obra supuestamente irrepresentable y difícilmente inteligible. Con esta obra, García Lorca aspiraba a iniciar un nuevo camino, y de eso precisamente habla: del valor para romper con el pasado, con las inercias, la tradición, la represión —tanto en plano artístico como en el afectivo— y emprender aquello que uno realmente desea. La obra, se dice en la sinopsis publicada como presentación, habla del teatro y habla del deseo, a través de un juego de máscaras, en el que se superponen ficción y realidad, en el que las identidades se encuentran en continua metamorfosis, persiguiendo sin cesar la Autenticidad, la Honestidad y la Libertad.


El responsable del montaje es Alex Rigola. Solo recuerdo haber visto un montaje suyo, Maridos y mujeres. Si no me equivoco es el actual responsable de los teatros del Canal. Y su montaje me pareció que estaba muy bien. Tanto el espacio escénico como la forma en que se desarrolla. Un clima de irrealidad domina toda la representación en la que intervienen 14 actores que se desdoblan en cerca de treinta personajes. Lo que pasa es que es difícil saber que nos está contando. Un texto sumergido en el surrealismo, lleno de símbolos e imágenes difíciles de entender. Como ocurre en parte del cine de Buñuel, lo que se nos ofrece es una serie de escenas a las que no es sencillo encontrarles un sentido, probablemente porque no son más que ideas que se desarrollan dentro de la cabeza del autor. 

La única idea clara es que lo que nos propone es un teatro nuevo, diferente del tradicional, con un debate que desarrolla en la imaginación del director de escena, una reflexión sobre el hecho teatral. La homosexualidad es otro tema de fondo de un texto surrealista, simbólico que nos acerca a la  realidad del autor y su inclinación homosexual constantemente reprimida en medio de una sociedad opresora como era la de la España de los años 30 del siglo pasado.

 Creo que el espectáculo visual está por encima del dialéctico. Una obra más para sentir que para entender.

Entre los intérpretes, notables en general, destaca como suele ser habitual Irene Escolar. Y le falta presencia y voz al director de escena (Juan Codina).

En la web del teatro se encuentra una interesante guía pedagógica que ayuda a entender la obra.




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