Camille Claudel, 1915.
Séptima película de Bruno
Dumont, del que no he visto nada más. Optó al oso de oro de Berlín
en 2013, y ha ganado varios premios en Cannes. Parece que en su cine
muestra la maldad y la violencia extremas. El “1915” diferencia
esta película de otra anterior, de Bruno Nuytten sobre el mismo
tema, realizada en 1988.
Relata (sin datos reales) el final
de Camille Claudel, escultora genial, discípula, modelo, musa y
amante de Rodin (con el que tenía 24 años de diferencia de edad),
quien acabó sus días con 30 años de internamiento en un asilo de
enfermos mentales, sin poder trabajar, desperdiciando su vida y su
talento (en una escena, toma un poco de barro y lo moldea con la
mano). Fue una mujer adelantada a su tiempo, y en parte pagó por
ello.
Al parecer, su familia la internó,
porque desde su ruptura con Rodin, padecía de manía persecutoria
centrada en éste, y se encerró largo tiempo en su estudio, destruyó
buena parte de su obra, . Por eso, y sobre un diagnóstico de
esquizofrenia, fue ingresada por su familia en dicho sanatorio, de
dónde no salió hasta su muerte, a pesar de que (según la película)
el médico del centro aconsejó a su hermano sacarla de allí, pues
ya estaba tranquila y calmada. Su hermano, por otra parte, fue el
único que siguió visitándola hasta su muerte.
Película seca, áspera, de
imágenes y sonidos duros (no tiene música de fondo, -únicamente en
los títulos de crédito y alguna canción- sólo los ruidos ambiente
y los producidos por lo enfermos. El medio es espeluznante. El
ritmo, lento, casi en tiempo real. El paisaje de la Provenza
francesa, pedregoso, con escasa vegetación mediterránea, y el
viento, refuerza la impresión de soledad y dureza de la situación.
La fotografía es muy buena, utiliza la luz de modo excelente (p.e.
la luz que cae sobre una alfombra.).
Rodada con enfermos reales, no con
actores, y en centros de enfermos también reales.
Está dividida en dos partes.
En la primera, la cámara se
centra en Juliette Binoche, sus gestos -no sobra ninguno- y sus
emociones. Predomina el silencio, hay pocas palabras,
fundamentalmente se basa en su expresión facil o corporal, que
encontré magnífica. y eso que como actriz me parece con frecuencia
bastante cargante. Y expresa toda sus reacciones ante la situación:
ansiedad, dolor, rabia, aislamiento. Sólo tiene dos monólogos, uno
ante el médico y otro ante su hermano, con ocasión de una de sus
visitas. Se queja de los ruidos que hacen los enfermos, del viento.
En la segunda parte aparece el
hermano, al que pinta como un creyente místico, autocomplaciente,
que dice haberse convertido gracias a la lectura de Rimbaud, y a una
experiencia religiosa durante un oficio de Navidad. Personaje seco,
duro con su hermana, de quien piensa en algún momento que está
poseída. Ella le pide que no la abandone, y le dice que reza por
ella. No sé si este retrato de Paul Claudel se excede y cae en el
estereotipo.
Película devastadora, no es para
ver un día de depresión.
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