Doce hombres sin piedad es una obra dramática escrita originalmente para la televisión en los años 50 por Reginald Rose, un notable guionista de la TV americana, sobre la que se hicieron versiones para el teatro y el cine posteriormente. En 1957 fue llevada al cine con la dirección de Sydney Lumet con Henry Fonda en el papel principal. Y en 1973 TVE ofreció en su espacio Estudio 1 una versión que ha quedado marcada en la historia de la TV en España. La realizaba y dirigía Gustavo Pérez Puig y Jose María Rodero encabezaba un reparto espectacular.
Como recordareis, la obra nos presenta a los doce miembros de un jurado que tienen que emitir un veredicto sobre un caso de homicidio, en el que un muchacho es acusado de haber asesinado a su padre. Si el veredicto de culpabilidad es unánime, entonces, el juez lo condenará a muerte. Para que lo declaren inocente, también tiene que haber unanimidad. El jurado número ocho es el único que no está seguro de la culpabilidad del acusado y poco a poco introduce una duda razonable en la mente de sus compañeros.
Viene todo esto a cuento porque El jurado es una obra de teatro que parte de un planteamiento similar, aunque menos dramático. Los nueve miembros de un jurado popular en la España actual tienen que decidir sobre la culpabilidad de un político acusado de corrupción. Escrita por Luis Felipe Blasco Vilches y dirigida por Andrés Lima se representa en las Naves del Español (Matadero).
La obra conserva del original la estructura dramática. En ella nos encontramos nuevamente ante un jurado. Sus miembros tienen claro que el acusado es culpable, todos menos uno, cuya duda irá derribando los argumentos de los demás. En su desarrollo se adapta al sistema español en el que, por ejemplo, para un veredicto de culpabilidad es necesaria una mayoría de 6 a 3 (eso dicen en la obra, yo tenía entendido que era 7 a 2) y para la no culpabilidad basta con 5 a 4. En la obra americana es necesaria la unanimidad para el veredicto.
‘El Jurado’ se sitúa dentro de la línea del teatro social y pretende ser un retrato de la sociedad española actual, del funcionamiento de nuestro sistema judicial, y un cuestionamiento del mismo.
Según su autor, el texto responde a nuestra actualidad, por eso en este caso el acusado es un político presuntamente corrupto, y en el jurado se pretende que estén distintas clases sociales, una burguesía privilegiada, un empresario joven, un prejubilado, una ama de casa que trata de sobrevivir limpiando suelos o una activista comprometida con los derechos sociales, cada cual con sus criterios y también con sus prejuicios derivados de las ideologías presentes ahora en nuestra sociedad, desde la izquierda radical al pensamiento más conservador.
Pero todo esto falla, en mi opinión, debido a que los personajes son arquetipos tópicos, los diálogos se limitan a repetir lo que se oye en cualquier conversación en el super, sin profundizar en ningún momento, para llegar a la conclusión de que es la sociedad la que, tomados sus miembros uno a uno, es corrupta. Y para ello diseña unos personajes en situación de fácil manipulación. Y los ecos de la realidad son tan evidentes, tópicos y facilones que llegan a producir un poco de vergüenza. La obra avanza a trompicones, mediante diálogos en las transiciones que definan a los personajes y sus conflictos, tratando de respetar el esquema original en el que la casi unanimidad inicial sobre la culpabilidad va cambiando a partir de las dudas de uno de los jurados empeñado en analizar las pruebas presentadas. Los giros de la situación, salvo la "sorpresa" final, son semejantes al original.
Me pareció interesante la puesta en escena, con un escenario circular giratorio sobre el que hay una mesa alargada y nueve sillas, y del que escapan los personajes para sus apartes. No tanto los movimientos y los cambios. Los nueve actores son bastante populares. A bastantes de ellos los conocemos por el cine, las series de TV e incluso del programa El intermedio. Entre ellos, Pepón Nieto, Cuca Escribano, Eduardo Velasco, Isabel Ordaz. Todos ellos gritan demasiado. No pongo en duda que los españoles somos, en general, dados a gritar y no respetar las intervenciones ajenas, pero creo que se abusa de ello en la representación.
En resumen, lo que quizá pudiera haber sido una buena idea de partida, no me convenció. Y me quedo con la obra original.
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