En esta ocasión se inspira en una novela no publicada en España, al parecer, con la que sin embargo poco tiene de reconocible según su propia declaración.
Parece que los entornos adversos, fríos y deshumanizados son una constante en las películas de Lioret. Aquí es Canadá como lo era Calais, en Welcome (2009), o el aeropuerto Charles de Gaulle de París para el grupo de indocumentados atrapados allí en En tránsito (1993). Se trata de situaciones negativas en las que, a pesar de todo, acaba surgiendo un vínculo entre los personajes.
Mathieu fue fruto de una furtiva relación de su madre y lo ignora todo sobre su padre. Un dia recibe una llamada desde Canadá de Pierre, un amigo de su padre en la que le informa de su muerte y de que le quiere enviar lo que le ha dejado en herencia: un cuadro. Descubre así que allí tiene dos hermanastros y movido por la curiosidad decide viajar a Montreal para conocer a esa parte de su familia y asistir al funeral. Allí será consciente de que nadie sabe de su existencia y de que su presencia no es del todo bienvenida. Tan solo la familia de Pierre le acoge cariñosamente.
Una historia de emociones, con un cierto aire de intriga, donde las relaciones entre los personajes marcan su desarrollo. Un melodrama sobrio y contenido donde vamos descubriendo secretos ocultos, pero sin estridencias ni grandes escenas ni dramatismos. Quizá, de tan sobria, resulte un tanto sosa. Sobre todo porque algunos de los personajes son tratados demasiado superficialmente. Se echa de menos un mayor desarrollo del personaje de Bettina, la hija de Pierre. Bien interpretada en especial por los dos protagonistas, Pierre Deladonchamps (Mathieu) y, sobre todo, Gabriel Arcand (Pierre) y con una presencia especial de la naturaleza en las escenas que se desarrollan en el lago.
Correcta, pero prometía más.
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